31 de julio de 2021

La incubadora 3000

“¿Estás harta de pasarte todo el día sin apenas poder moverte de sitio? ¿Te preocupa no estar dando suficiente calor a tu futuro retoño? ¿El volteo es algo que te angustia porque temes dañar tu huevo? No te preocupes, ¡tenemos la solución! ¡La incubadora 3000! La incubadora 3000 está específicamente diseñada para ayudarte en estos tediosos meses de gestación externa. No te enclueques, la incubadora 3000 lo hará por ti. Totalmente autónoma y sin mantenimiento. Temperatura homogénea garantizada. Rotación suave automática cada cuatro horas. Cinco sensores que monitorizaran constantemente el latido de tu bebé, y que te avisaran si se produce cualquier anomalía. Incubadora 3000. ¡No lo pienses más! Encárgala ahora y te regalamos el exclusivo kit de nacimiento, con todo lo que necesitarás el día que, por fin, tu pequeño salga del caparazón.”

Había visto aquel anuncio más de un centenar de veces y, a pesar de que lo detestaba, siempre se lo tragaba entero. La voz histriónica del locutor le transmitía una fuerza y una seguridad que la enganchaba. De hecho, no pudo dejar de mirar la pantalla hasta que el hombre se calló y, liberada al fin de su embrujo, le ordenó al televisor que se apagara. Movida por una ansiedad que hacía días que no sentía, empezó a deambular por el comedor, mordiéndose las uñas. Había estado engañándose pensando que la decisión estaba tomada.

La culpable era Nadia. O tal vez, Susana. Quizás la que más había contribuido a confundirla había sido Claudia. Aunque Miguel no se quedaba corto… Daba igual, todos opinaban sin que ella les hubiera preguntado lo que pensaban de sus planes. Y es que el ritmo cada vez más pausado con el que ponía huevos la había llegado a preocupar hasta el punto de decidir fecundarse. Ya no alcanzaba a hacer ni una puesta al mes, y no quería perderse la experiencia de ser madre. Hasta ahí todo bien. Su hermano y sus amigas la apoyaban y se alegraban mucho por ella. Todo aquél que conocía la noticia la recibía con júbilo. El problema surgía cuando le hacían “LA PREGUNTA”, porque todos querían saber lo mismo; ¿cómo iba a incubar a su bebé?

Cuando Irene respondía que se estaba planteando adquirir una incubadora automática, sus interlocutores solían tener una de las tres reacciones que ella había identificado como posibles. La mayoría la miraban mal y se limitaban a hacer algún comentario pasivo agresivo, sin pronunciarse de una manera clara. Estos le daban igual, ya que eran allegados, no alcanzaban ni la categoría de amigos o compañeros. Pero a medida que el círculo se estrechaba, la gente se emperraba en dejarle bien claro lo que pensaba. Y, resumiendo, las incubadoras eran un gran invento que empoderaba a la madre, o, por el contrario, un trasto inútil que privaba al bebé y a su progenitora de la conexión más primigenia que debían tener.


Así que allí estaba, caminando en círculos por el comedor sintiéndose una mala madre cuando todavía no sabía ni si la fecundación había funcionado. Se debatía entre limitar su autonomía durante cinco meses, o perderse parte del proceso de creación y, por lo que decían, un vínculo precioso. Había momentos en los que lo tenía muy claro, y de repente cambiaba de opinión. Cuando, además, se daba cuenta de que aquella era solo una primera decisión de las muchas que debería tomar, como mínimo, durante dieciocho años… bueno, le faltaba el aire. Y percatándose de la ansiedad que toda esa situación le generaba incluso antes de empezar, dudó una vez más de si estaba preparada, y de si realmente debía o no hacerlo.

Cediendo al mareo que había empezado a embotarle la mente, se sentó otra vez en el sofá y se obligó a respirar despacio, y a relajar los hombros. Tratando de alejar los pensamientos negativos, se concentró en imaginar el huevo formándose dentro de ella. Visualizó un punto diminuto que crecería hasta convertirse en un ser que pronto la deleitaría con su sonrisa. Y se animó recordándose que el primer paso estaba hecho, su deseo pronto se haría realidad. En ese momento supo que todo iría bien, y esa certeza la tranquilizó, llenándola de una calidez que deshizo el nudo que le había estado oprimiendo el pecho. Acabó concluyendo que le daba igual si lo incubaba ella o una máquina. Lo importante era el amor, lo mucho que ya quería a su bebé.

De manera que al fin compró la incubadora 3000, y tuvo la suerte de llevarse también el exclusivo “kit de nacimiento”. Usaría la máquina solo cuando la necesitara, para abandonar fugazmente la seguridad del teletrabajo, dar un paseo por su parque favorito o visitar a alguien que todavía fuera capaz de ser respetuoso a pesar de no estar de acuerdo con las decisiones ajenas. Ese último grupo se había reducido bastante, pero en él seguían estando Miguel, Claudia, Susana y Nadia que, en esencia, eran los importantes, las personas valiosas.


Pasaron los días, las semanas y los meses. Y aunque todas las mañanas Irene sentía que por fin había llegado el momento, la puesta no se producía, ni siquiera en forma de un caparazón yermo. 

Miguel se dio cuenta porque Irene cortó el flujo constante de hologramas que le hacía llegar con las novedades del cuarto del bebé. Claudia sospechó cuando Irene dejó de responderle a las propuestas que le mandaba con nombres de niña. Susana se enfadó cuando Irene no se alegró al explicarle que había traído al mundo un gran huevo amarillento que entre ella y Jose incubarían. Y Nadia… bueno, Nadia hacía tiempo que lo sabía. Fue la que se armó de valor para ir a ver a Irene, abrazarla hasta deshacerse en lágrimas y ayudarla a vender la incubadora 3000 que ya nunca necesitaría.


10 de julio de 2021

Sostenibilidad

Tengo hambre. Y el carrusel de anuncios desfilando en mi cerebro no me ayuda en absoluto. Los que preparan la programación diaria de publicidad no han tenido en cuenta mi nueva condición y, la verdad, me parece hasta cruel. No es que los reclamos que me están proyectando sean distintos a la mierda de siempre. La mayoría presentan las bondades de una infinidad de artículos de belleza y tratamientos genéticos con los que mejoraría mis rasgos. Otros prometen aumentar en un cuarenta por ciento mi masa muscular, o reducir en otro diez la materia grasa, todo a base de simples suplementos alimentarios. Pero los que me están torturando son los de comida. Tortitas con una tonelada de un sirope oscuro chorreante, aceitosas y relucientes patatas fritas o jugosas empanadas de queso. ¡Qué hipócritas! Se pasan ocho anuncios diciéndote que debes tener un cuerpo perfecto, para acabar tentándote con una bomba calórica tras otra y que nunca lo consigas. Le he pedido varias veces a mi criadora que presente una solicitud de modificación de segmento. Ella me dice que no será para tanto y que, en todo caso, que me moleste solo demuestra que tengo un problema.

Porque al parecer tengo un problema. Y para solucionarlo primero probaron con la dieta altamente saciante. Antes de pisar la sede del departamento de sostenibilidad ni siquiera sabía que esa cosa existía. Sí, he dicho “cosa”. Y si te sorprende es que te falta conocimiento de causa, fin. Esa bazofia no puede elevarse a la categoría de comida. A pesar de que el aspecto que tiene es espectacular, eso hay que admitirlo, no sabe a nada. O mejor dicho, a nada comestible. Es como una especie de argamasa espesa y grumosa de un color azul pálido, con un sabor indescifrable, totalmente químico. ¿A ti te suena apetecible? Pasteles, hamburguesas, solomillos, macarrones, pizzas… todo lo que puedas imaginar. Bueno, “todo”, “todo”, no. Ahora me he acordado del pescado. Me encantaría probarlo, catar “el de verdad”. ¡Qué locura! Hace tantos años que del mar solo se extrae plástico que ni siquiera saben cómo recrear su aspecto. Mi criadora dice que una vez, siendo muy pequeña, llegué a probar una gamba. Yo no me lo creo. Ni vendiendo nuestro piso y todo su contenido nos hubiera alcanzado para pagar una sardina (que por si no estás muy puesto en el tema, te aclararé que es mucho más barata que su primo el crustáceo). La cuestión es que la disfunción entre lo que veía y lo que me llevaba a la boca me generó una ansiedad que solo logró desbocar mi apetito. ¡Y así estoy!

En realidad todo empezó cuando, por algún motivo que aún no logro entender, mi criadora me arrastró al dichoso departamento de sostenibilidad. Enseguida anunciaron mi turno, no llevaba ni diez minutos esperando. Me condujeron a una sala diminuta en la que un androide me pesó, me midió de pies a cabeza, evaluó el perímetro de los distintos contornos de mi cuerpo y decretó que estaba “fuera de los parámetros aceptables para la sostenibilidad”. ¿La sostenibilidad de quién? ¿Y para qué? Aunque intenté pedirle explicaciones, solo conseguí que el agente mecánico se girara con un irritante pitido, y abandonara el cubículo tan rápido como había aparecido. Por supuesto, y para mi desgracia, no perdió el tiempo en transferir sus conclusiones a mi criadora. Sospechosamente entusiasmada, ella tiró a la basura toda la comida real que teníamos en la acumuladora, y la sustituyó por un montón de cajas de prometedora portada.


Después de ese primer encuentro me hicieron un seguimiento periódico durante tres meses. Cada semana acudía al mismo edificio gris sin ventanas. Me exploraban, establecían mi valor como persona en base a las medidas de mi cuerpo, y le mandaban el informe a mi criadora. Un suspenso tras otro. A pesar del hambre que pasaba, mi cuerpo se emperraba en seguir floreciendo. Y, lo que les parecía peor, yo no había dejado de lucir mis curvas con orgullo. ¡Faltaría más! Ante semejante desfachatez decidieron pasarme al programa “de alto riesgo”. ¿Alto riesgo de qué? En ningún momento habían comprobado mi estado de salud, ni siquiera habían mencionado que debería evitar el sedentarismo y hacer ejercicio. Los androides que me medían ignoraban mis quejas, no me daban ninguna explicación. Y mi criadora solo me repetía que todo era por mi bien, tenía que bajar de peso de manera urgente. Así que, en contra de mi voluntad, empezaron a aplicarme mecanismos antivoracidad. Suena bien, ¿eh?

Pues no sé cómo te lo habrás imaginado. La realidad es que empiezan a servirte el sucedáneo que consideran comida en lo que yo llamo “platos laberinto”. En este tipo de superficies resulta imposible coger una cucharada entera de sustancia, ya que está llena de relieves que se entremezclan dificultando el acceso. La idea es que se tarda mucho más en vaciar el plato, por lo que es más probable que te canses y lo dejes correr. Y no solo eso. Dentro de la argamasa azul también comenzaron a incluir una especie de piedras rojas que no son comestibles, y que tienes que estar apartando constantemente. Entre una y otra dificultad consiguen su objetivo, tardo tanto en terminar una ración que me aburro y la deshecho a la mitad. Me siento tan débil que ni siquiera tengo fuerzas para protestarle a mi criadora.

Pero mañana todo va a cambiar. Se acabó. Mañana tengo visita. Se acercará a medirme un reluciente, aceitoso, jugoso y crujiente androide. Estos chismes no saben de lo que es capaz una humana con un hambre voraz y nada que perder. Solo de pensarlo se me hace la boca agua. Al fin y al cabo, ellos mismos me han acostumbrado a la comida sintética. Y quizás sea este el salto evolutivo que nos falta. La auténtica “sostenibilidad”. Que se guarde mi criadora, ese trasto va a ser el siguiente.


4 de julio de 2021

Sobre mí

Hola,

A pesar de que ya tenemos una página de bienvenida en el blog, he decidido crear otra a modo de CV de escritora. De esta manera, quiero compartir con vosotros tanto el proceso de formación en el que estoy inmersa como los avances en cuanto a publicaciones. Creé este blog sabiendo que no llegaba ni al nivel de aprendiz, y aunque noto que estoy mejorando, todavía me queda mucho camino por delante. Sigo esforzándome por pulir mi estilo, forjarme una voz propia y sentirme cómoda escribiendo distintos tipos de textos y géneros. 

Empecemos con una pequeña biografía. Me llamo Ariadna, soy Ingeniera Informática y profesora universitaria especializada en el ámbito de la salud. Nací en enero del 1989, vivo en Mataró (cerca de Barcelona) y, además de escribir, también me encanta cocinar. Soy una aficionada al mundo de las orquídeas, me gusta mucho hacer puzles y nunca rechazo ver una película sobre tiburones. En otra vida fui una draenei pastora de poros.


Aquí os dejo la lista de mis publicaciones:


Así como de las colaboraciones que he realizado:
  • Redactora en el blog espiademonios.com. Des de Mayo 2022-Junio 2023.
  • Redactora en el blog de la escuela online Caja de letras. Sección fija mensual sobre certámenes literarios de género fantasía, ciencia ficcion y terror. De Mayo 2020 a Marzo 2022.

Y, por último, la relación de los cursos que ya he completado:

  • Curso de ciencia ficción. Escuela de escritura Caja de Letras. Curso online 18 horas. Setiembre 2021.
  • Curso de Narrativa 1. Escuela de escritura Caja de Letras. Curso online 64h. Junio 2021.
  • Curso de diseño de personajes. Escuela de escritura Caja de Letras. Curso online 18h. Setiembre 2020.
  • Curso de literatura fantástica. Escuela de escritura Caja de Letras. Curso online 18h. Abril 2020.
  • Escritura creativa, explícalo bien. Centro de formación Tres Roques Mataró. Taller presencial 16h. Marzo 2020.
  • Escritura creativa, jugar con el lector. Centro de formación Tres Roques Mataró. Taller presencial 16h. Diciembre 2019.