5 de agosto de 2022

Del calor, una pala y esa orquídea

Isa ya ha vuelto a abrir. ¡Qué manía! Se nos va a llenar el piso de moscas, cada año igual. A la que pasamos de los veinte grados se sube el ventilador del trastero, se enfunda en unos shorts que le van dos tallas grandes, se hace una trenza horrible con su increíble melena y se pasa el día abriendo y cerrando las ventanas del piso. No es que se lo pueda reprochar, ¡está ardiendo! Cuando nos saludamos o, normalmente por error, rozo su piel, me sorprendo de lo elevada que es su temperatura corporal. ¡Quema!

Y supongo que por eso también atrae a todos los mosquitos de la ciudad. Apenas estamos a principios de julio y ya lleva las piernas completamente acribilladas a manchurrones rojos. Encima les tiene una especie de alergia, por lo que simples lunares rosados, se convierten en encarnizadas y palpitantes ampollas. ¡Y nunca la verás rascarse¡ Que autocontrol tiene, la tía… Conmigo no demuestra tanta paciencia, enseguida se enfada y empieza a gritarme. En fin.

Total, que me he comprado una de esas raquetas pensadas para matar todo bicho volador. Es como una pala de playa, pero tiene tres capas de alambres electrificados que se solapan para garantizar que ningún insecto escapa a sus descargas. ¡Y cómo petan! A la que atrapas uno se achicharra al instante. Se oyen tres chasquidos, adornados con impresionantes chispas azules, y no queda ni rastro del intruso. Ya verás la próxima vez que Isa se olvide de tirar la basura después de hacer paella. ¡Nuestra cocina va a arder más que las fallas de Valencia!

Pero claro, a Isa la raqueta no le gusta. De hecho, la desprecia. Cada vez que me deshago de una mosquita, se sobresalta por el ruido y me mira con desaprobación, para luego decirme que lo que estoy haciendo es cruel. ¿Cruel? ¿Yo? Si ella no se pasara el día abriendo todas las malditas ventanas del piso, yo no tendría que recurrir a estas artimañas para mantenernos libres de plagas. Además, ella es la primera que ve una araña y me pide que la mate. ¡Será hipócrita! Odia los bichos tanto como yo, ¡o incluso más!

Y dicho sea de paso, la mayoría de los insectos que nos invaden salen de sus plantas, aunque ella diga que no. Tiene el balcón lleno de una colorida red de flores pestilentes que atrae tanto a abejas como avispas, e incluso libélulas. Por no hablar de las orquídeas que tiene dentro de casa. El otro día compró una en un vivero de vete tú a saber dónde, y resulta que está llena de gusanos. ¡Arg! Solo de pensarlo me pica todo. Qué lástima que no pueda usar la pala para librarnos de ellos. Y, créeme, no será por qué no lo haya intentado…


De hecho, precisamente por eso hemos tenido la última bronca con Isa. Esta mañana estaba llevando a cabo mi ya habitual ritual de eliminación de cuerpos voladores indeseados, cuando, sin querer del todo, le he dado a una de las orquídeas. La amarilla infestada de gusanos, para ser más exactos. Y los filamentos que recorren la raqueta se han encendido como nunca, ¡cómo ha petado, la jodida! Si hasta ha desprendido un nuevo color, como de un tono marrón clarito, tirando a ocre. Será por todo los bichos que tiene la planta. Seguro que también está llena de lavas y huevos, ¡qué asco me da!

El incidente no me hubiera sabido tan mal, si no fuera porque justo Isa se estaba haciendo el café y me ha visto. Y joder, cómo se ha puesto. Que si lo he hecho adrede, que si no la apoyo en sus aficiones, que si siempre estamos igual, que si esto con Éloïse no pasaba… ¡Pues no sé! Quizás si SUS aficiones no nos llenaran el piso de bichos, me harían más ilusión. Y si tanto echa de menos a Éloïse, pues que se vuelva con ella para que le destroce de nuevo el corazón, ¡a mí qué me cuentas!

Total, que aquí estoy. Durmiendo en el sofá por deferencia a mi hermana que no se lo merece. No ha sido capaz de agradecerme la hospitalidad con la que la recibí ni una sola vez. ¡En tres años! Te juro que cada vez me cuesta más soportarla. Con lo mona que era de pequeña y lo neurótica que se ha vuelto. Cada día se parece más a mamá. Y para aclararlo diré, que eso no es un cumplido. Nada más lejos de la realidad…

De repente noto un tirón en la pierna que sacude todo mi cuerpo, interrumpiendo la retahíla de reproches con la que me estaba imaginando sermonear a Isa. Algo me está agarrando del tobillo izquierdo. Me revuelvo con todas mis fuerzas, golpeando con el pie libre, la especie de cuerda que me agarra el otro. A pesar de que me cuesta un horror, logro liberarme y recojo ambas piernas rodeándolas con los brazos, y apretándolas contra el pecho. Miro a mi alrededor sin identificar qué es lo que me ha atacado. Parece que la oscuridad se ha vuelto más densa, ni siquiera logro distinguir la silueta de la puerta que da al pasillo. Soy consciente de que solo unos pasos me separan del rellano, pero no soy capaz de moverme. Controlando el temblor al que se han abandonado mis mandíbulas, logro articular una orden:
—A… A… ¡Alexa! ¡Enciende comedor!

Sin esperar a que el asistente interprete correctamente el comando, lo repito tres veces aunque me falte el aliento. Enseguida noto un pinchazo en mis pulmones a modo de queja, mi pecho se contrae en una presión asfixiante. Cuando por fin se hace la luz, veo lo que me había apresado. De hecho, a juzgar por su postura y sus movimientos, lo que está intentando es comerme. Mi corazón intenta huir despavorido de la escena, haciendo que mi pecho suba y baje a un ritmo frenético. Demasiado rápido, demasiado intenso. Creo que voy a desmayarme.

Haciendo un esfuerzo para no cerrar los ojos, me permito contemplarla. Una filigrana de tallos verdes y gruesos que se alza tres cabezas por encima de mí. Cada tallo está coronado por decenas de grandes flores amarillas. Y, para mi desgracia, todas esas flores están equipadas por una buena ristra de colmillos afilados, así como una melena de gusanos. Para resumir, la orquídea amarilla se ha hecho gorgona, con decenas de bocas y garras horribles que amenazan con desgarrarme la carne. Cada hoja se ha transformado en una especie de mano que podría degollarme con solo centrar el tiro.

La mutante se abalanza sobre mí con una fuerza descomunal. Noto su ansia, su hambre en cada impacto y en cada corte que me hacen sus lacerantes protuberancias. Me inmoviliza. Siento un arrepentimiento tan profundo que me atraviesa la espalda. Quisiera pedirle perdón por haberla menospreciado, por haberla electrocutado. Hasta que entiendo que ni siquiera está enfadada conmigo por eso. Todo esto va mucho más allá y, a la vez, es mucho más primitivo. Está ambienta. La orquídea amarilla, con su corona de gusanos, sus pétalos convertidos en bocas y sus hojas hechas garras, solo quiere comerme. Le da igual quién sea, quién haya sido o lo que le haya hecho. Y nada va a hacer que se detenga.

Justo cuando mis extremidades empiezan a desaparecer entre las fauces de semejante engendro, no puedo evitar reprocharme que yo lo haya creado. La pala lo ha despertado. ¡Está vivo¡ Y cuando acabe conmigo, irá a por Isa. A no ser… a no ser que ELLA sea más fuerte y lo detenga. Me aferro a la poca vida que me queda para ocuparme, una vez más, de mi hermana pequeña. Sé que solo hay alguien que puede ayudarla.
—Lo siento, Éloïse, hermana. —mascullo entre el gorgoteo de sangre que inunda mi garganta—. ¡Alexa! ¡Llama a Bruja!

Una voz lejana sale del altavoz del asistente. Intento contestarle, pero ya no me salen las palabras. Sin fuerzas para seguir, me abandono a la oscuridad que, dada la alternativa, ahora ya no me parece tan aterradora. No quiero seguir viendo cómo mi creación me engulle. En el último instante, el único consuelo que me queda es pensar que Éloïse estará de camino. Sé que ella lo resolverá todo. De un modo u otro, siempre lo hace.