31 de octubre de 2021

Rossie

Estoy harta de ese patán. Se acabó. Voy a montar mi propia taberna. Me sabe muy mal por Lidia, ella me acogió y me dio un trabajo sin hacer preguntas, pero es que ya no soporto más al inútil de su hermano. Esta semana he tenido que involucionar dos incendios, ¡con la de energía que gasta eso! Primero prendió las pieles de la pared con una vela, no me preguntes cómo porque yo tampoco me lo explico, y al cabo de dos días va y deja una silla apoyada prácticamente encima de la chimenea. ¿Qué se creía que iba a pasar? Por no hablar del grupo de bárbaros que tuve que aturdir ayer para que no se lo cargaran. Trata fatal a la clientela, no entiendo cómo todavía mantiene la cabeza pegada al cuerpo. Supongo que es por Lidia. Todo el mundo la quiere y la respeta, así que hacen la vista gorda. Su padre fue sabio al dejar el negocio familiar en sus manos, el otro ya lo hubiera arruinado todo.

La cuestión es que si sigo así me van a descubrir. Hasta ahora he podido refugiarme en las cocinas de “El trébol de dos hojas”, la única taberna-posada que hay en Duhg, pero si alguien se entera de que soy una maga se correrá la voz. Las noticias vuelan incluso en este pueblucho de mala muerte. El problema es la continua afluencia de viajeros que van a Tarbas, “La gran capital”. O “El gran estercolero”, como yo lo llamo. Y, seamos sinceros, una gnoma que puede controlar la energía y que, en lugar de enriquecerse con su arte, decide fregar platos y preparar pucheros con carne de dudosa procedencia, levantaría suspicacias. Sería una de esas historias que se exageran más cada vez que se cuentan. Un chisme que llegaría a oídos de cierto nigromante.

Solo de pensar en él me estremezco. Hay cosas que se le pueden hacer a la gente. Artes oscuras que se practican con poco riesgo para el que no tiene nada que perder. Balah es un virtuoso en todas ellas. Y tiene una imaginación infinita para convencerte de que la muerte es una alternativa deseable. Se dice que fundó la primera casa de los secretos, aunque él solo acuñó ese nombre. También cuentan que nadie se le ha escapado nunca. Eso también es mentira, yo misma soy una prueba viviente de ello. ¿Cómo conseguí huir de ese pirado? A veces me sorprendo reviviéndolo, siempre con incredulidad. Fue la combinación de tantas coincidencias que solo puede producirse en la vida real. Una única vez. Es imposible que vuelva a repetirse.


En primer lugar me asignaron un cliente que no quería una presa fácil, por lo que las siervas de Balah me quitaron los grilletes que normalmente me impedían levantarme de la cama. Llevaba tantos días atada que el metal oxidado había empezado a fundirse con mi piel, lacerándome el cuello, las muñecas y los tobillos. Las gruesas marcas me escocían, y empezaron a supurar desprendiendo un olor dulzón. No era la primera vez que pasaba. A veces todavía tengo pesadillas en las que revivo cómo esos espectros me rascan la piel para sanear las heridas infectadas. Con movimientos metódicos, casi rítmicos; tan decididos que inundan la noche con el frufrú de sus túnicas negras. Hacía tiempo que no les daba el gusto de oírme gritar o, mucho menos, llorar. Y aguanté. Sabía que eso era lo único que percibían, el dolor y el sufrimiento. Notaba la impaciencia en sus cuencas vacías, observándome sin ver.

Cuando consideraron que ya estaba preparada, me dejaron sola en la habitación diminuta y sin ventanas en la que me retenían. Traté de ignorar el dolor que me palpitaba por todo el cuerpo, y me centré en levantarme para disfrutar de algo tan simple como el hecho de poder andar. Iba descalza. Sentir la piedra fría bajo mis pies me arrancó una lágrima que me apresuré en aplacar. Caminé en círculos hasta que la puerta volvió a abrirse para dejar pasar al enfermo que había pagado por torturarme. Era un elfo, tan alto que tuvo que agacharse para entrar. La expresión de odio que dominaba su rostro me cortó la respiración. Empecé a temblar. Avanzó hacia mí con paso decidido. Llevaba un garrote recubierto por púas metálicas en la mano derecha, y lo sujetaba tan fuerte que sus nudillos blancos destacaban incluso sobre su pálida piel.

De repente su rostro se contrajo en una mueca ridícula. Soltó el bate, se rodeó el estómago con ambos brazos y se puso tan rojo que pensé que le iba a estallar la cabeza. Salió corriendo dejando la puerta abierta de par en par, y un desagradable olor a huevos podridos. Mi cuerpo se estremeció sin saber si debía romper a reír o a llorar. Logré sobreponerme a ese choque de emociones y esperé. Aguardé unos segundos por si aparecían las siervas de Balah dispuestas a reducirme, pero no fue así. Al fin decidí aprovechar la ocasión para salir de mi cubículo. Caminé lo más sigilosamente posible, clavando la planta de mis pies en la alfombra negra que se interponía entre decenas de puertas. Hasta que llegué al recibidor del local.

Sin poder distinguir cómo ni de dónde había salido, un brujo inundó mi campo de visión, impidiéndome el paso hacia la puerta que me tenía que dar la libertad. No me lo podía creer. Había cruzado el pasillo sin toparme con nadie y, justo en los últimos metros, apareció ese malnacido. El hombre levantó los brazos para lanzar un hechizo que, en el mejor de los casos, me paralizaría. Y dándome cuenta de ese movimiento, me lancé al suelo rodando hacia la izquierda del estrecho pasillo. Un impacto en la pared retumbó demasiado cerca de mí. Cuando el brujo recolocaba sus manos para volver a intentarlo, algo abrió bruscamente la puerta principal del prostíbulo, creando un halo de luz brillante entorno a su figura.

Se trataba de tres orcos tan corpulentos que engulleron toda la luz del lugar, y que hacían retumbar el suelo a cada paso que daban. Con una coordinación asombrosa, se unieron al grito de “¡esto es un atraco!”, atrayendo toda la atención del brujo, que ya se había olvidado de mí. No se me ocurría quién coño podía estar tan loco como para intentar robar en una casa de los secretos, pero no pensaba esperar para averiguarlo. Reuní todo el valor que me quedaba, me puse a cuatro patas, orienté mi cuerpo hacia la salida y cerré los ojos. Empecé a gatear y no paré hasta que noté la brisa fresca en mi cara. El olor nauseabundo de Talab me pareció la más dulce de las fragancias. Abrí los ojos mientras me levantaba y empecé a correr sin saber hacia dónde me dirigía. Me daba igual. Ignoré las agujas que se me clavaban en los pulmones, en la garganta y en las sienes, y seguí huyendo.

Dejé atrás la ciudad, el bosque y no sé cuántas montañas. De hecho, no me detuve hasta que me encontré con los ojos claros y bondadosos de Lidia. Su mirada me tranquilizó. Me propuso quedarme en un lugar seguro y acepté. Acepté a pesar de la desconfianza y el miedo que sentía. Porque después de todo el horror que había pasado, necesitaba creer que todavía quedaba algo bueno en este mundo.