Apenas faltan tres horas para que anochezca y todavía queda mucho por hacer. Joel se está encargando de casi todo, incluyendo la preparación de los nuevos ejemplares. Es muy bueno en lo suyo y los majestuosos elekks lo adoran. Con los poros está costando un poco más, pero estoy segura de que también se los acabará ganando. Son puro amor, aunque traviesos, y Joel sabe cómo manejarlos. Me alegro de haber aceptado su ayuda. ¿Cuántos años hace ya que vino a pedirme trabajo? ¿Diez? ¿Quince? Cómo pasa el tiempo...
Estoy nerviosa. La última vez que hicimos cambios de este tipo en el corral yo todavía era una mocosa con trenzas. Nuestros convecinos se habían cansado de contar ovejas antes de ir a dormir y hasta los más pequeños empezaron a acumular ojeras. Papá lo probó todo para volver a llamar su atención. Cambió el orden en el que se presentaban los animales, los hizo desfilar en grupos de distintos tamaños e, incluso, modernizó su aspecto esquilándolos para que presentaran exóticos relieves y tiñéndoles las patas a franjas arcoíris. A pesar de que estas novedades se agradecieron y lograron mejorar el reposo de todos durante unos días, enseguida se aburrieron y el insomnio volvió a aquejarles. Y las ovejas lo notaron. Cada vez estaban más tristes, hasta el punto de que ni siquiera querían actuar.
Dicen que la necesidad agudiza el ingenio. A mí no me gustan demasiado estos dichos, pero no se puede negar que mi madre encontró la solución justo cuando la situación se estaba volviendo insostenible. Imagínatelo. Bebés llorando incansablemente de día y de noche, jóvenes alicaídos o adultos incapaces de articular una frase completa. Y sus consecuencias más peligrosas, conductores de carrozas cabeceando durante la jornada, curanderas que entremezclaban las recetas, apagafuegos llegando tarde a las urgencias, etc. Mamá siempre decía que nuestro trabajo es sumamente importante, y no se equivocaba. En cierto modo, solía decir, somos los guardianes de la noche, del reposo y del sueño. Sin nuestro rebaño la gente no puede dormir.
La cuestión es que a mi madre se le ocurrió cambiar los animales por otros que fueran un poco más llamativos, y quiso la fortuna que en el pueblo de al lado hubiera una granja de elekks. Así que mis padres los compraron todos, los entrenaron durante unos días para que aprendieran a desfilar por la duermevela de nuestros vecinos e hicieron la prueba. Los enormes elekks mantuvieron la formación durante toda la noche. Entraron en el espacio que queda entre la realidad y los sueños, posaron mostrando sus grandes cuernos y sus afilados colmillos, levantaron e hicieron sonar sus trompas y se marcharon tan delicadamente cómo habían aparecido. Fue todo un éxito. Mis padres durmieron a los vecinos sin que estos se dieran ni cuenta, y a la mañana siguiente no se hablaba de otra cosa. Todo el mundo estaba encantado con el cambio y el efecto duró más de sesenta años, hasta hace unas semanas.
Yo enseguida reconocí los signos. Hacía unas noches que me estaba costando mucho distraer a los más jóvenes para dormirlos y algunos adultos ni siquiera nos permitían entrar, habían cerrado su espacio de duermevela. Preocupada y asustada por lo que podía llegar a pasar, hablé con Joel para contárselo y a él le pareció buena idea repetir la estrategia que tan bien les había funcionado a mis padres. Me habló de unas criaturitas llenas de júbilo, recubiertas por un suave y largo pelaje blanco, con dos pequeños cuernos y una gran lengua que les solía colgar inerte por la comisura de la boca. A pesar de que yo no estaba muy segura del cambio, decidí confiar en él. Al fin y al cabo, pronto me retiraré y Joel pasará a ser el nuevo pastor del rebaño del sueño. Así que en cuestión de días el joven me llenó el corral de unas bolitas saltarinas que no paraban de sonreír y de las que me quedé prendada desde el primer momento. Joel se ha dedicado en cuerpo y alma a entrenar a los recién llegados poros, y hoy por fin entraran en escena. Si todo va bien, en unos días podremos jubilar a los elekks, que se quedarán con nosotros hasta el fin de sus días, y creo que yo me uniré a ellos en su nuevo y ocioso modo de vida. Nos hemos ganado un descanso.
Cada vez estoy más nerviosa. Cruzo una y otra vez mi habitación, caminando sin rumbo. Lo repaso todo una vez más, volviendo a comprobar que no me he olvidado nada. Tengo el polvo de estrellas, la escama de luna, el suspiro de una nube y el abrazo de lavanda. Ya casi es la hora. Me tumbo en mi cama mientras los últimos rayos de sol empiezan a ocultarse por el horizonte y cierro los ojos. Enseguida veo a Joel, seguido por una fila de bolitas blancas que lanzan destellos azules. Los animales están visiblemente contentos, y tan emocionados que les cuesta mantener la posición. Uno a uno vamos visitando a nuestros vecinos. Los poros desfilan valiéndose de todo su encanto. Derrochan lametazos, muecas imposibles, piruetas y, sobretodo, amor. A su paso las mentes quedan en calma, llenas de paz. Nunca había visto nada igual. No solo resulta fácil dormir a todo el pueblo, termino el trabajo sabiendo que aquella noche ninguna pesadilla logrará alcanzarnos.
Mando a Joel y a los poros de vuelta a la realidad y me quedo haciendo guardia, velando el sueño de nuestros vecinos, hasta que empiezan a despertarse para retomar sus vidas. Ha sido una noche perfecta. Cuando estoy a punto de volver veo a mis queridos elekks, que se acercan a mí, y que están tan o más cansados que yo. Creo que nos quedaremos un poco en duermevela. Ya no hay prisa. Joel y los poros pueden encargarse de todo.