28 de mayo de 2022

Discolora III

>> Este relato está disponible en Lektu, bajo pago social. A continuación encontrarás la cuarta y la quinta parte y, en estos enlaces, las dos primeras "Pròlogo y Asignación", así como la tercera "Temor".
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Quebranto

Después de salir del centro de erudición, Lera no regresó enseguida a casa. Tenía que calmarse. En el estado en el que se encontraba no podía hablar con Hiela, y considerando lo que estaba en juego, debía ser capaz de mantener la cabeza bien fría. Se dirigió hacia la única playa que tenía Pigmea. Confrontarse con la inmensidad del mar siempre lograba tranquilizarla. El lugar estaba desierto, ya que era uno de esos días grises en los que apetece quedarse en casa, y Lera lo agradeció. Necesitaba dejar que el dolor que sentía se desbordara. Y necesitaba convencerse de que todo había sido un error, un terrible malentendido. Cuando se sintió con fuerzas, se dirigió hacia su hogar dispuesta a confirmarlo.

A pesar de que no sabía si su hija estaba en casa, nada más entrar por la puerta se acercó al hueco de la escalera y le pidió que bajara, tras lo cual se sentó en la cocina a esperarla. Reaccionando a la urgencia que desprendía el tono que había usado su madre para llamarla, Hiela bajó enseguida, y recorrió el pasillo hasta detenerse en el umbral de la puerta que daba a la cocina.
—Siéntate —le ordenó Lera mientras se frotaba ambos ojos con una mano.
Hiela se dio cuenta de que su madre había estado llorando, y de que estaba haciendo un auténtico esfuerzo por contener las lágrimas. Decidió obedecerla y tomó asiento sin atreverse a decir nada.
—He hablado con esa tutora que te han asignado. Y la muy víbora ha insinuado, no, ¡ha afirmado! Que eres una Discolora.
Lera escupió cada palabra como si se tratara de algo en mal estado que hubiera ingerido por error. Ante el silencio de su hija, decidió insistir. Necesitaba oír que todo había sido una confusión.
—Es absurdo, ¿no? Esa mediocre solo quiere encontrar una excusa para hacernos daño.
—Mamá, yo… —a la joven no le salían las palabras, aunque no hizo falta para que Lera obtuviera su respuesta.
—Joder, Hiela. Cualquier cosa menos esto.
—No es algo que se pueda elegir —se justificó Hiela empezando a ponerse de mal humor.
—Y tanto que puedes. De hecho, vas a hacerlo.
—Mamá, yo no me siento agua, no reconozco el azul de mi pelo ni el de mis ojos. Es como si estuviera viendo partes de otra persona.
—¿Y en mí tampoco lo identificas?
—Claro que sí. No es que confunda los colores, es que el elemento con el que conecto a nivel espiritual, y que me representa, es distinto al que se manifiesta en mis rasgos físicos.
—Qué tonterías dices. ¿Quién te ha metido esa sarta de ideas paganas en la cabeza? —quiso saber Lera.
—¡Nadie!
—Eres una adepta del camino del agua, así lo ha designado Gamma y así será —sentenció Lera.
—¡Soy tierra! —chilló la joven, desesperada.
En un rápido movimiento, Lera se levantó de la silla en la que estaba sentada, se apoyó con un brazo en la mesa que la separaba de su hija para acercarse a ella, y le dio una bofetada. Hiela se quedó en shock. Su madre nunca le había puesto la mano encima, y que hubiera recurrido a la violencia para intentar resolver su crisis de identidad era algo que no se esperaba. Una vorágine de emociones se apoderó de ella. Se sintió traicionada, y una mezcla de pena e ira dirigió sus siguientes palabras.
—Y si no puedo cambiar, ¿qué? ¿Vas a matarme? —preguntó Hiela mirando a su madre directamente a los ojos.

La manera en la que Hiela se dirigió a ella hizo que Lera sintiera un dolor que nunca antes había experimentado; ni siquiera el día que, combatiendo, le fracturaron la pierna por tres sitios distintos. Tardo año y medio en rehacerse de aquella batalla, y todavía cojeaba. Ahora sentía que jamás podría recuperarse del odio que desprendían las palabras que la acababan de golpear. La habían roto por dentro. La idea de que su propia hija la creyera capaz de llegar hasta ese extremo era desgarradora.
Hiela interpretó mal el silencio de su madre, quien no lograba articular palabra.
—¡Eres un monstruo! —le gritó la joven antes de salir corriendo escaleras arriba, sollozando.
Aunque Lera hubiera deseado seguir los pasos de su hija para pedirle disculpas y recordarle lo mucho que la quería, permaneció inmóvil, incapaz de reaccionar. Estuvo horas sentada, recreando una y otra vez la discusión que acababan de tener. Se preguntaba cómo habían podido acabar de ese modo. Y que esa fuera la primera vez que discutían lo hacía todavía más terrible. Lera jamás se había sentido tan sola.



Descubrir

A la mañana siguiente, Hiela se fue al centro de erudición mucho más temprano de lo habitual, antes de que Lera se despertara. La joven estaba dolida por todo lo que había pasado y no quería encontrarse con su madre, así que salió a hurtadillas de la casa cuando todavía no había amanecido. Un par de horas más tarde, Lera abrió los ojos sin acordarse de la discusión que había tenido con su hija la noche anterior. Había estado soñando con la primera vez que llevó a Hiela al museo de las conexiones místicas. La pequeña apenas tenía cinco años. Habían ido a pasar el día a uno de los lugares favoritos de Lera. Se trataba de un gran edificio blanco organizado en cuatro salas, además del recibidor principal y las zonas reservadas a las trabajadoras. Cada estancia estaba específicamente diseñada para contar la historia y las características principales de un elemento. Hiela alucinó con los colores, las luces y las voces que le narraron las escenas más épicas del despertar de los elementos en Irise. Qué imágenes, la pequeña quedó fascinada. Y sin llegar a comprender el compromiso que estaba adquiriendo, le prometió a su madre que sería una adepta del camino del agua.

Acabándose de desperezar, Lera notó que estaba sola en casa, y esa certeza trajo de vuelta la confrontación que había tenido con su hija. El dolor que la había mantenido en vela la mayor parte de la noche volvió, golpeándola como una maza de acero. ¿Qué había sido de la promesa que la pequeña Hiela le había hecho hacía apenas diez años? ¿Cómo podía ser que su propia hija renegara del legado familiar y del gran poder que corría por sus venas? Lo quisiera o no era una adepta del camino del agua. Y no solo por la sangre que corría por sus venas, ¡Gamma así lo había dispuesto! Si se emperraba en despreciar sus orígenes, lo menos que podía hacer era respetar los designios de la Diosa. Por más vueltas que le daba, Lera no lo entendía, ¿quién no querría seguir el camino del agua teniendo la oportunidad? La parte de Lera que estaba empezando a hacer el esfuerzo por comprender a su hija, también temía por la reacción de la Diosa. ¿Las haría caer en desgracia?

De repente una idea la atravesó como una descarga eléctrica. ¿Y si todo lo que estaba pasando era un castigo divino por algo malo que ella había hecho? Ese miedo la trasladó a la época en la que había servido al ejército de Irise. Había hecho cosas horribles para proteger la nación y garantizar su futuro, que su intención y sus motivos fueran nobles no excusaba ninguna de ellas. Pocas circunstancias justificaban matar a otro ser humano, y mantener un estilo de vida o tener miedo a los cambios, no formaban parte de esa lista. Cuando Lera se dio cuenta abandonó su cargo y truncó su prometedora carrera militar. Considerando cómo le había quedado la pierna en la última batalla que había liderado, nadie la cuestionó, ni le hizo más preguntas más allá de lo estrictamente necesario.

Discutirse con Hiela y rememorar toda la mierda de su pasado era mucho más de lo que Lera podía superar en un mismo día, así que decidió intentar distraerse con tareas que requirieran cierta concentración. Hiela todavía tardaría unas horas en volver del centro de erudición, entonces podrían hablar y arreglar las cosas. Estuvo a punto de llamar a su madre varias veces para pedirle consejo, pero no se veía con fuerzas de romperle el corazón contándoselo todo. Y también le daba un poco de miedo descubrir cuál sería su reacción, dicha sea la verdad. Así que Lera se centró en recoger la casa, reordenar la biblioteca y en preparar alguna cosa comestible para comer. Esa última ocupación no fue nada fácil, ya que no era solo que no le gustara cocinar, es que lo odiaba con todas sus fuerzas. Y se le daba mal. Solo era capaz de ser medio competente siguiendo las instrucciones de Hiela. Con todo logró preparar una sopa bastante potable. Nada del otro mundo, verduras flotando y cuatro fideos pasados. La sirvió en unos anchos platos hondos y se sentó en la mesa de la cocina a esperar a Hiela, sabía que no podía tardar mucho, siempre llegaba a la misma hora.

Pero la sopa se enfrío sin que Hiela hubiera entrado en casa. Hacía más de una hora que Lera la estaba esperando. Y sucumbiendo a la preocupación, al fin decidió ir a buscarla al centro de erudición, donde esperaba encontrarla. Cuando estaba a un par de calles de su destino, vio cómo un fino remolino de arena aparecía de repente de detrás de un edificio, y se alzaba hacia el cielo formando una columna. Sorprendida por la magnitud y la violencia del fenómeno, Lera aceleró el paso. La tromba solo podía proceder del patio de la academia.

En apenas diez minutos más, Lera llegó al centro de erudición. En lugar de entrar por la puerta principal hacia el recibidor, rodeó el edificio para acceder al patio trasero, donde las adeptas recibían la instrucción práctica. Una vez allí, encontró un corro de jóvenes gritando y aplaudiendo. A juzgar por las ráfagas de tierra que se alzaban por encima de la multitud, Lera dedujo que había dos adeptas luchando en medio del círculo. Tilipa, la tutora de Hiela, también formaba parte del corrillo, y sujetaba un cuaderno en el que iba tomando notas. Lera se situó a su lado, un paso por detrás, y carraspeó con fuerza para que le dejaran un sitio. Dándose por aludidas, tanto la docente como la adepta que tenía a su derecha se apartaron un poco. Tilipa saludó a Lera con un gesto de cabeza, que esta le devolvió.

Justo en el momento en el que Lera dirigió la vista hacia las adeptas que estaban luchando, la más alta de ellas lanzó una bola hecha de centenares de diminutas piedras hacia su adversaria. Reaccionando con una velocidad asombrosa, la otra joven extendió los brazos a ambos lados de su cuerpo, para luego flexionarlos hacia arriba hasta formar, con cada uno, un ángulo de noventa grados. Una gran cantidad de tierra se levantó desde el suelo, y formó una barrera protectora delante de la adepta. La bola de guijarros se fundió en el escudo, reforzándolo en lugar de atravesarla. El corro ahogó un grito de asombro unánime.
—¿Os habéis fijado? —quiso asegurarse la tutora, alzando la voz— Hiela no solo ha parado el ataque, también ha usado a su favor el elemento controlado por su contrincante.
Las jóvenes empezaron a cuchichear entre ellas, visiblemente emocionadas. Hiela devolvió la arena con la que había hecho la barrera protectora al suelo y esbozó una tímida sonrisa. La adepta que se había estado enfrentando a ella, escupió muy cerca de sus pies, y salió del círculo, chocando de hombros con las dos compañeras entre las que pasó.

Hiela adoptó una expresión seria y se dispuso a abandonar el corro por el lado opuesto al que había usado su adversaria. Al girarse, se dio cuenta de que su madre estaba allí y supuso que la había estado observando. La mezcla de emociones que había invadido a la joven la noche anterior, volvió con más fuerza, dominándola por completo. La ira y el dolor por no sentirse aceptada la desbordaron. Empezó a sollozar. Para su desesperación, enseguida se dio cuenta de que sus compañeras paseaban la mirada entre ella y su madre, disfrutando de la escena que se estaba desarrollando. Hiela no pudo evitar pensar que Lera era la culpable de todo lo que le estaba pasando. ¿Por qué había tenido que acudir al centro? La estaba poniendo en ridículo. Y había hecho que se sintiera todavía más distinta, que pensara que nunca encajaría ni nadie sería caz de aceptarla.

Así que estalló, dejando que el odio guiara sus movimientos. . Empezó a trazar círculos en el aire, con las manos apuntando al suelo, y en cuanto tuvo dos planchas de arena levantadas un palmo, las acabó de elevar y las propulsó en dirección a su madre. Lera dio un paso al frente, actuando por instinto. La guerra hacía años que se le había metido dentro, de manera que vivía en un estado de alerta constante. Sin tener que calcularlo, supo la cantidad de agua que necesitaba para protegerse. Así que la extrajo de su propio cuerpo y envolvió con ella ambas planchas, que enseguida se deshicieron en un charco fangoso.

El esfuerzo dejó a Lera jadeando. Ya no estaba acostumbrada a usar esa técnica, hacía mucho tiempo que no le hacía falta extraer el elemento de su propio ser. Las adeptas se asustaron al ver el estado en el que había quedado, incluso un par de ellas salieron corriendo, aterradas. Nunca habían visto nada parecido. La piel de Lera había adquirido una textura dura y rugosa; sobre la que destacaban varias líneas azules que se ramificaban y que palpitaban por el esfuerzo de repartir la sangre por el cuerpo. Sus facciones se habían marcado hasta un nivel extremo, y el pelo le había quedado blanco por completo. En cuanto la mujer se dio cuenta de la manera en que la miraban todas, apuntó una mano hacía el charco al que se había reducido el ataque de su hija, y se rehidrató. Casi recuperó por completo una apariencia normal.
—Eso no ha estado bien —afirmó Lera con la voz ronca, dirigiéndose a su hija.
—Que TÚ me desprecies sí que no está bien —le reprochó la joven.
—Hiela, yo no te desprecio yo te...
—¡Cállate! —la interrumpió Hiela.
Lera se obligó a calmarse. Agarró una gran bocanada de aire, la soltó poco a poco y pensó que necesitaban un lugar en el que aislarse de todo, y de todas. Un lugar en el que poder ser sinceras y arreglar las cosas. No le costó mucho elegir hacia dónde dirigirse.
—Vamos a un lugar más tranquilo, tenemos que hablar de todo esto —pidió Lera deseando con todas sus fuerzas que Hiela no se negara.
—Sí, mejor —aceptó la joven sintiendo más vergüenza que rabia.


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>> ¿Quieres saber cómo acaba la historia? En este enlace encontrarás la última parte de este relato "Inmensidad".
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21 de mayo de 2022

Discolora II

>> Este relato está disponible en Lektu, bajo pago social. A continuación encontrarás la tercera parte y, en este enlace, las dos primeras "Pròlogo y Asignación".
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Temor

A pesar de que los días que siguieron a aquel punto de inflexión fueron realmente emocionantes, la nueva condición de Hiela se fue normalizando poco a poco. Cada noche, cuando la joven llegaba a casa después de pasar el día en el centro de erudición, le contaba a su madre cómo le había ido el día. A Lera le fascinaban las extravagantes anécdotas de la vida estudiantil de su hija, y le divertía la excitación con la que la joven enumeraba los conocimientos que estaba adquiriendo, tan cotidianos ya para ella. De momento todo lo que le enseñaban era teórico, los cimientos que necesitaba para empezar con las prácticas el año siguiente. Ambas estaban deseando que llegara el segundo curso, donde Hiela empezaría a especializarse. Para alivio de Lera, la joven se estaba adaptando bien a las clases. Saber que había hecho lo correcto llevándola al centro de Pigmea la tranquilizó de sobremanera. Que Pikka fuera la directora hizo que se lo pensara mucho antes de decantarse por esa filial, pero Hiela era su hija, y se merecía la mejor educación que el estado de Irise le pudiera ofrecer.

Una de esas noches, mientras acababan de rebañar el estofado que habían preparado, Hiela adoptó una expresión seria de repente.
—Mamá…
—¿Sí? —le preguntó la mujer, animándola a hablar.
—Hay algo que me preocupa.
—¡Qué seriedad! Me estás asustando.
La joven guardó silencio, debatiéndose entre contarle o no a su madre lo que la inquietaba desde hacía varios días.
—Ya sabes que conmigo puedes hablar de todo. Solo si quieres, sino no hace falta que me lo cuentes —aclaró Lera tratando de ocultar su curiosidad para no asustar a su hija.
Y alentada por las palabras de su madre, al fin Hiela se decidió a sacar el tema.
—¿Qué es una Discolora?
Ante esa pregunta Lera trató de serenarse, y reprimió el chillido que había empezado a asomarse por su garganta. Hubiera estado preparada para responder preguntas sobre temas de chicas, incluso a hablar del género masculino, aunque ella solo hubiera visto un par de hombres en toda su vida. Hasta hubiera preferido que su hija se interesara por cualquiera de los otros elementos que ella aborrecía y que no le importaban lo más mínimo. Todo menos eso.

Lera se obligó a respirar hondo, hasta que al fin logró articular la pregunta que le parecía más lógica, a pesar de que la respuesta importara poco.

—¿Dónde has oído eso? —logró mascullar.
—Te he incomodado —afirmó la joven arrepintiéndose de haber sacado el tema.
—Ya te he dicho que podemos hablar de todo. Dime, ¿quién te ha enseñado esa palabra?
—Una chica mayor, del itinerario del aire.
—¿Y qué es lo que te ha contado?
—Bueno… que hay personas a las que les cuesta gestionar su elemento —farfulló Hiela.
—Dicho así parece que sea algo frecuente, y no lo es en absoluto, te lo aseguro.
—Bueno, yo solo sé lo que me han contado —se defendió la joven.
—¿Y te han contado por qué se supone que les cuesta gestionar su elemento?
—Sí. Porque confunden los colores.
—No. El problema de estos seres es que son de un elemento y quieren ser de otro —explicó la mujer casi escupiendo las palabras.

Una llama de esperanza se encendió en el pecho de Hiela, quien creyó, por error, que su madre empezaba a comprenderla.
—¿Y no podrían elegir? ¿O incluso ser los dos? —se atrevió a preguntar.
Llegando al límite de su tolerancia, Lera no pudo evitar responder usando un tono más brusco de lo que hubiera deseado.
—No. Y eso que dices va en contra de la Diosa Gamma. Si alguien te oyera…
—Solo te estaba preguntando —se apresuró a excusarse la joven.
—Y yo te he respondido.
—Vale. Me voy a dormir —soltó Hiela imitando el tono cortante y seco de su madre.
Sin disimular su enfado, Hiela apoyó ambos pies en el suelo y se empujó para arrastrar hacia atrás la silla en la que estaba sentada. Se retiró de la mesa sin despedirse para perderse por las escaleras que conducían al piso superior. Lera estuvo a punto de seguir a su hija para tratar de suavizar las cosas, y en el último momento, decidió no hacerlo. Aquellas ideas iban en contra de Gamma. Debía ser firme y cortarlas de raíz, por mucho dolor que le causara tratar de una manera tan brusca a Hiela. Su hija era perfecta, era una adepta del agua, la descendiente de una larga saga de eruditas, cada cual más virtuosa que sus predecesoras. No permitiría que nada, ni nadie, pusiera en peligro su condición. Nadie iba a truncar la carrera de su hija, mucho menos una panda de herejes.

Tras unos días de incómodo silencio, la situación entre madre e hija volvió poco a poco a la normalidad. Sin embargo, oculto entre la calma y la cordialidad que se había instaurado entre las dos, Lera estaba segura de que algo no marchaba bien. Hiela estaba distraída, parecía preocupada y cada vez le contaba menos cosas de la academia. Ella había tratado de sacar el tema en más de una ocasión, pero la joven siempre encontraba la manera de evitar responder abiertamente. Al final Lera se olvidó del asunto, achacando los cambios de Hiela a su efervescente adolescencia. Hasta que un aviso del centro de erudición sacó a flote sus peores miedos. Hiela había superado con honores el primer año de formación que compartían las adeptas de todas las ramas, y estaban casi a la mitad del segundo curso cuando la tutora de la joven citó a Lera para comentar, según ella, un tema de vital importancia.

Lera recordaría esos momentos por el resto de su vida. Se sentó en el despacho de la docente a cargo de su hija y todo pasó muy rápido. Empezó por preguntarse por qué la tutora de Hiela era del itinerario más ordinario, el de tierra. Se trataba de una mujer muy delgada, escondida detrás de unas grandes gafas de pasta marrón. Y en cuanto esta empezó a hablar, Lera no pudo hacer más que esforzarse por seguir la conversación que le estaba obligando a mantener.
—Me llamo Tilipa, soy la tutora de Hiela. No te importa que te tuteé, ¿verdad? —empezó la docente tratando de adoptar un tono amable.
Sin dejar espacio para que Lera respondiera, la mujer continuó con su discurso de introducción.
—Te he citado porque Hiela está demostrando tener aptitudes muy sorprendentes —explicó con entusiasmo.
—¿Por qué no la sigue una veterana del camino del agua? —quiso saber Lera.
—Bueno…— titubeó la tutora removiéndose en la silla —de eso precisamente quería hablarte.
Ante el silencio de Lera, Tilipa decidió continuar.
—No es culpa de nadie, cada vez hay más casos como los de Hiela y...
—¿El qué no es culpa de nadie? ¿De qué me estás hablando? ¿No has dicho que Hiela se está desenvolviendo bien? —la interrumpió Lera, empezando a perder los estribos.
—Claro que sí.
—Entonces esto es cosa de Pikka, ¿verdad? Esa amargada no ha superado nuestra ruptura y ahora…
—¡Oh¡ No, no, no, no —se apresuró a aclarar la docente.
—Pues perdóname, pero no entiendo nada.
Armándose de paciencia, Tilipa trató de encontrar la manera más delicada de explicarle a Lera lo que esta insistía en negar.
—Hiela no está siguiendo el camino del agua, ya que ha demostrado tener interés en el de la tierra, y habilidades acordes a ese interés.
—¿Qué estás insinuando? Que mi hija es una…
A Lera se le quebró la voz a media frase. Aun así, se recompuso enseguida.
—Eso no es posible. Y esta conversación se ha terminado. Tú no sabes con quién estás hablando —gritó Lera, amenazando a la tutora.
—Será mejor que quedemos otro día para acabar de hablar de los siguientes pasos —propuso la docente en tono afable.
—Los siguientes pasos ya te los digo yo. Lo que tenéis que hacer es asignarle una tutora de verdad a mi hija. Una que pertenezca al itinerario correcto —exigió Lera.
—Como te he dicho, parece que Hiela…
—Sí, sí, ya te he oído —la cortó la mujer—. No será necesario que TÚ hagas nada. Esto es un malentendido.
—Lera… —quiso contradecirla la tutora.
—He dicho que estás equivocada. Hablaré con Hiela.
Ante la dureza de la mirada que le estaban echando, la tutora se hundió en su silla y decidió no insistir. Había llegado al límite de su capacidad para enfrentarse a aquella mujer. Lera no era una adepta cualquiera, estaba instruida en el itinerario del agua, era militar y, además, era la descendiente de una de las casas más antiguas de Irise.
—Ya nos veremos —se despidió Lera levantándose de repente y saliendo del pequeño despacho dando un portazo.

Una vez fuera, Lera se secó con rabia las lágrimas que se estaban precipitando por sus mejillas, y congeló la fina pátina que se le había formado en palma de la mano. Se prometió que haría lo que fuera necesario, TODO lo que fuera necesario, para arreglar la situación. Y se prometió, que si alguien volvía a tratarla con semejante falta de respeto, le regalaría a su madre una nueva estatua de hielo para amenizar el macabro jardín familiar que se habían procurado durante generaciones. Nunca era tarde para recuperar las viejas costumbres.


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Aquí tienes la cuarta y la quinta parte del relato Discolora: Quebranto y Descrubrir.
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15 de mayo de 2022

Discolora

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Prólogo

Lera apenas había vivido treinta y cinco años completos cuando se quedó embarazada. Al principio creyó que estaba enferma. Se sentía débil, estaba cansada y la mayor parte del tiempo la dominaba una incómoda sensación de mareo. En pocos días había bajado considerablemente de peso por los vómitos, pero sentía que se estaba hinchando, sobre todo de pies y barriga. Y aunque podría parecer evidente, solo tras contarle a Eler, su madre, todo lo que le estaba pasando, ató cabos y se dio cuenta de lo que sucedía en realidad. La futura abuela se tomó la noticia con demasiada euforia para su gusto. Soltó una especie de grito nervioso y la felicitó repetidas veces. Tras decirle que la había hecho, según palabras textuales, la mujer más feliz del mundo, le confesó que había estado preocupada por el tema desde hacía años. Lera se estaba haciendo mayor y a su madre le aterraba la idea de que la familia no tuviera continuidad. Eler agradeció que por fin la Diosa Gamma hubiera decidido bendecirlas. Lera nunca la había visto sentirse tan orgullosa por ninguno de los logros que ella había conseguido, que no eran pocos.

Ante aquel inesperado suceso, Lera no supo muy bien cómo sentirse. Todavía no había decidido si quería tener hijas y en cierto modo le molestaba que Gamma hubiera tomado esa decisión por ella. Por descontado no compartió su enojo con nadie, ni siquiera con su madre, si llegaba a saberse que blasfemaba de ese modo contra la Diosa, acabaría en la cárcel, o algo mucho peor. Así que decidió centrarse en que Gamma la había considerado digna, y en prepararse para lo que estaba por venir. Deseó que el bebé que llevaba dentro tuviera habilidades para la erudición. Empezó a rezar todas las mañanas para que así sucediera, y a pesar de que no quedaba bien reconocerlo, también quería que fuera una adepta del agua, como ella. No podía evitar fantasear acerca de las habilidades que tendría. ¿Se decantaría más por la sanación, la lucha o decidiría dedicarse a la docencia y la investigación?

Quizás por el hecho de haberla empujado a ser madre antes de que ella misma lo hubiera decidido, o tal vez por pura casualidad o por un capricho ajeno, la cuestión es que la Diosa le concedió sus deseos. Hiela nació una fría noche de principios de año. Cuando Lera la tuvo entre sus brazos por primera vez, enseguida supo que la niña sería una adepta del agua, y esa certeza la llenó de paz. Era lo más bello y perfecto que había visto nunca. La pequeña había heredado su poder y continuaría con la estirpe familiar, a su debido tiempo, empezaría a instruirse en el arte de controlar el agua y sus cambios de estado. Si a alguien le quedaba alguna duda al respecto, esta se disipó en cuanto la pequeña empezó a mirar el mundo con unos brillantes ojos celestes, y finísimos mechones a juego comenzaron a poblarle la cabeza. No es que fuera una simple cuestión de pigmentación, aunque todo el mundo creyera, y quisiera pensar, que sí. El camino para conocer los elementos, era mucho más que eso.


Asignación

El día llegó mucho más rápido de lo que Lera hubiera imaginado, dejándole la sensación de que su niña había crecido de golpe. Una radiante mañana de primavera, Hiela se despertó sobresaltada, afligida por la repentina aparición de calambres en su bajo vientre, acompañadas por un fuerte dolor punzante en esa misma zona. Enseguida se dispuso a levantarse para ir a buscar a su madre, y descubrió lo que más la asustó. Un viscoso charco oscuro que se había formado debajo de ella, y que manchaba las impolutas sábanas blancas de su cama. Alertada por los gritos de su hija, Lera acudió enseguida para ver qué le pasaba. Y reconociendo los signos, la tranquilizó explicándole que lo sucedido era tan natural como respirar. Gamma había decidido hacerla mujer, y aquello significaba que su instrucción debía comenzar. Así que un par de jornadas más tarde, cuando Hiela ya se encontraba mejor, Lera pidió audiencia en el centro de erudición de Pigmea, la gran capital en la que vivían. En apenas siete días designarían que su hija se dedicaría a seguir el camino del agua, el más elevado de los cuatro itinerarios existentes. Entonces abandonaría la educación ordinaria para dedicarse de lleno a estudiar su elemento y cómo controlarlo. Lera no podía estar más emocionada.

La ceremonia, si es que podía llamarse así, no fue para nada como Hiela se había imaginado. Lera se había negado a compartir su propia experiencia con ella, ya que decía que estaba prohibido desvelar cualquier detalle al respecto, y ese halo de misterio hizo que la joven se imaginara lo peor. Pensó que la pondrían a prueba asignándole alguna tarea imposible que debería realizar con la facilidad que se esperaba de su estirpe. Incluso se le pasó por la cabeza que podían exponerla a algún tipo de peligro del que debería protegerse. Y aunque no fuera así, la mera idea de que la observaran y la evaluaran hacía que se le removiera el estómago. Le daba miedo no estar a la altura o decepcionar a su madre. No sabía que sería peor, que le dijeran que no era apta, o que la asignaran a algún itinerario de segunda. Que su madre fuera una adepta del agua ponía el listón muy alto. Hiela nunca se había preocupado por la erudición, ya que no sabía que tendría que hacer una especie de examen. Su madre siempre había dado por hecho que entraría directamente en el camino del agua, y por extensión, ella así lo había asumido. Al descubrir que la evaluarían, la noticia se le enredó en el pecho. Y pasó la semana más larga de su vida.

Cuando llegaron al centro de erudición a Hiela le temblaban las manos. Antes de entrar, se pararon un momento delante de la puerta principal para que la joven pudiera admirar el edificio. Su aspecto no distaba mucho del estilo que dominaba el centro de Pigmea, grandes bloques de hormigón gris que se alzaban desde el asfalto a juego, pero sí que destacaba por su increíble altura. Medía casi el doble que los otros rascacielos. Hiela se imaginó atendiendo una de las centenares de clases que se estaban llevando a cabo en ese preciso momento, y se sintió intimidada. Si no fuera porque su madre la estaba agarrando de la mano con fuerza, se hubiera largado corriendo de allí.

Percibiendo lo nerviosa que estaba su hija, Lera le aseguró que la asignación era un puro trámite y le prometió que todo saldría bien. Sin esperar a que la joven le respondiera, reemprendió la marcha hacia el interior del edificio. Para sorpresa de Hiela, no fue necesario que pidieran indicaciones en recepción, su madre la condujo a través del recibidor, hasta llegar a unas estrechas escaleras por las que subieron tres pisos. Una vez estuvieron en la planta adecuada, cruzaron la única puerta que había, cuyo destino era un pasillo repleto de puertas a ambos lados. Hiela no se paró a leer los carteles que ponían nombre a las ocupantes de cada despacho, se limitó a seguir las botas negras de su madre hasta la salita en la que desembocaba el pasillo. Habían llegado bastante temprano, y aun así, ya las estaba esperando la directora del centro, junto con un pequeño séquito de maestras. Saltaba a la vista que la mujer era una adepta del camino del agua. Lucía con orgullo una cresta engominada y de un azul oscuro, del mismo tono que el traje chaqueta con el que cubría su pálido cuerpo. Les lanzó a ambas una dura mirada de desaprobación. Ni siquiera se levantó o se molestó en saludar. Solo les indicó con un gesto de cabeza dónde podían tomar asiento, y anunció que ya podía empezar La asignación.

A Hiela le sorprendió que alguien osara tratar a su madre con tanta desconsideración. Lera era un miembro muy reputado de la comunidad de Pigmea. Se había ganado su estatus con mucho esfuerzo y por méritos propios. Por el simple hecho de pertenecer al linaje del que procedía ya tenía asegurado un billete directo a la élite de cualquier urbe de Irise. Su madre, además, había sido condecorada en varias ocasiones por jugar un papel crucial en la ofensiva contra las tres revueltas populares que habían asolado la nación en la última década. De hecho, había llegado a ser una de las cuatro Generales del ejército base. Lo esperado, y lo adecuado, era que las otras eruditas agacharan la cabeza en su presencia, en señal de respeto. Que esa mujer la despreciara de un modo tan evidente todavía puso más nerviosa a Hiela.

—Acércate, niña —le ordenó la mujer de la cresta.
Hiela obedeció. Se levantó de la endeble e incómoda silla blanca en la que apenas había pasado un par de minutos, y avanzó hasta la tarima que presidía la directora. Permaneció en silencio sin dejar de mirar el suelo, hasta que su examinadora le lanzó la primera pregunta.
—¿Qué sabes de la erudición y de los cuatro itinerarios?
Hiela cambió el peso de pierna y empezó a darle vueltas al anillo de cuarzo ahumado que siempre llevaba puesto. Había sido un regalo de su abuela y significaba mucho para ella. Antes de responder, soltó el aire que había estado reteniendo en los pulmones, relajó los hombros y alzó la cabeza para mirar de frente a la directora, quien le había hecho la pregunta.
—Bueno, sé que una pequeña parte de la población, siempre de género femenino, tiene la fortuna de que la Diosa Gamma la bendiga con su don. El don es la capacidad de controlar uno de los elementos de los que se compone la vida. Los cuatro elementos de los que se compone la vida son fuego, air…
—Es suficiente —la cortó la mujer de la cresta anotando algo en el cuaderno que custodiaba entre sus brazos.
Hiela volvió a fijar la mirada al suelo. Se obligó a observar sus zapatos para intentar tranquilizarse; a reseguir las filigranas amarillas que recorrían las costuras de los botines verdes que había elegido para la ocasión. No estaba satisfecha con la respuesta que había dado. Había sonado muy plana, como si hubiera aprendido un texto de memoria y lo hubiera recitado de carrerilla. Por suerte, su interlocutora no la dio por perdida y decidió darle otra oportunidad.
—Esta vez sé sincera y dime lo que TÚ piensas —le pidió la examinadora—. ¿A qué itinerario te gustaría consagrarte y por qué?
Esa era fácil. Hiela le había dado muchas vueltas y sabía lo que quería. La respuesta le salió de un lugar tan profundo de su ser, que intentar describirlo sería banalizarlo.
—Lo que yo quiero es controlar todos los elementos —confesó.
La mujer de la cresta soltó sin darse cuenta el bolígrafo con el que había estado tomando notas, y se retiró hasta pegar su espalda al respaldo de la silla. Su séquito se deshizo en un mar de murmullos maliciosos.
—¡Silencio! —les gritó sin dignarse a mirarlas.
Y no hizo falta, las mujeres se dieron por aludidas, callándose y adoptando una postura exageradamente erguida.
—Explícate —exigió la directora cruzándose de brazos—. Y elige muy bien tus siguientes palabras. Depende de quién las oiga, considerará que estás profiriendo una ofensa contra los designios de la Diosa y, por ende, se te acusará de herejía.
—Bueno… —empezó Hiela decidida a defenderse— tengo muy claro que aprender a controlar uno de los elementos ya sería todo un honor, y si me dejaran elegir, me decantaría por el agua. Me enorgullecería honrar a mi madre y ser merecedora de nuestro linaje.
La mujer de la cresta asintió, en señal de aprobación.
—Además —continuó la joven—, pienso que el agua es el más primigenio y puro de los elementos. El agua todo lo puede, hay agua en todo lo que existe.
La joven tragó saliva y respiró hondo antes de continuar.
—Pero si quiero serle útil a esta nación, si de verdad quiero poder defender los intereses y los designios de Gamma… lo más práctico, y lo más eficiente, sería aprender a dominar cada uno de los elementos. Y no solo eso. Estoy convencida de que se podrían usar en conjunción y obtener resultados increíbles. Si yo fuera capaz de…
—Ya hemos oído suficiente —declaró la examinadora, dando la evaluación por concluida.


De golpe, Hiela sintió un gran arrepentimiento. Se maldijo por haber soltado una sarta de tonterías que no solo podían dejarla a ella y a su madre en ridículo, sino que bien podrían interpretarse como un crimen de estado. Se preparó para aceptar el castigo que la jauría que tenía delante tuviera a bien imponerle. La directora se levantó, movimiento que imitó cada una de las feligresas que conformaba su séquito. La misma expresión diabólica que dominaba sus rostros las hacía tan parecidas que daban miedo.
—Hiela, tus ideas podrían cualificarse de, cuanto menos, arriesgadas. Nadie jamás ha aspirado a dominar más de un elemento, mucho menos los cuatro a la vez y combinarlos. Se podría decir que esa idea que planteas es una locura. En otra época, no tan lejana como desearíamos, se te hubiera encerrado en un agujero a tal profundidad, que ni siquiera un ínfimo rayo de sol hubiera sido capaz de llegar hasta ti. Hoy, en esta era de progreso que algunas nos empeñamos en impulsar y proteger, te voy a dar una oportunidad. Una ÚNICA y generosa oportunidad.

Mientras pronunciaba esta última frase, la mujer de la cresta había dejado de mirar a la futura adepta, para centrar toda su atención en Lera. Con ese gesto, le estaba atribuyendo a Lera toda la responsabilidad sobre los actos, y las ideas, de Hiela. Y no solo eso. Con su malévola sonrisa le estaba confirmando que, a pesar de tener motivos más que suficientes para matar a su hija, no lo iba a hacer. Sin necesidad de decirlo, le exigía que su benevolencia fuera debidamente recompensada en el futuro. Lera sabía que algún día recibiría una llamada y le darían una orden que no le justificarían, y que no podría rechazar. A sabiendas de que estaba firmando un cheque en blanco, Lera asintió. Y ese leve gesto de cabeza bastó para asegurarle un futuro a Hiela.

La mujer de la cresta se humedeció los labios antes de continuar.
—Tu ambición puede ser un problema para ti y para nuestra comunidad. Sin embargo, he decidido designarte al camino del agua, como debe ser. Vamos a ver de lo que eres capaz con un elemento. Primero tienes que demostrar tus habilidades, después ya hablaremos de lo de explorar cualquier otro camino y, en un futuro, quizás podamos fantasear con la idea de combinarlos.

Así que, al fin y al cabo, y como no podía ser de ninguna otra manera, asignaron a Hiela al camino del agua. De haber sido necesario, hubiera sido difícil determinar quién durmió mejor con aquella decisión. Una madre se sintió aliviada porque había salvado la vida de su hija. Una niña se sintió orgullosa de sí misma, había logrado destacar y entraría en el centro de erudición con el camino correcto. Cierta directora se sintió afortunada de tener una nueva alumna con mucho miedo, pero ideas revolucionarias que, sin lugar a dudas, harían avanzar a toda la comunidad. Una “ex” se regodeó ante la idea de volver a tener poder sobre la mujer que tanto había amado y que la había abandonado. Y ante semejante momento histórico, una panda de segundonas, tan mediocres como malvadas, se contentó con tener un nuevo chisme que contar en su círculo de lectura.


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>> ¿Quieres saber cómo acaba la historia? 
Aquí tienes la tercera parte del relato Discolora: Temor.
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