15 de mayo de 2022

Discolora

>> Este relato está disponible en Lektu, bajo pago social. A continuación encontrarás las dos primeras partes.
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Prólogo

Lera apenas había vivido treinta y cinco años completos cuando se quedó embarazada. Al principio creyó que estaba enferma. Se sentía débil, estaba cansada y la mayor parte del tiempo la dominaba una incómoda sensación de mareo. En pocos días había bajado considerablemente de peso por los vómitos, pero sentía que se estaba hinchando, sobre todo de pies y barriga. Y aunque podría parecer evidente, solo tras contarle a Eler, su madre, todo lo que le estaba pasando, ató cabos y se dio cuenta de lo que sucedía en realidad. La futura abuela se tomó la noticia con demasiada euforia para su gusto. Soltó una especie de grito nervioso y la felicitó repetidas veces. Tras decirle que la había hecho, según palabras textuales, la mujer más feliz del mundo, le confesó que había estado preocupada por el tema desde hacía años. Lera se estaba haciendo mayor y a su madre le aterraba la idea de que la familia no tuviera continuidad. Eler agradeció que por fin la Diosa Gamma hubiera decidido bendecirlas. Lera nunca la había visto sentirse tan orgullosa por ninguno de los logros que ella había conseguido, que no eran pocos.

Ante aquel inesperado suceso, Lera no supo muy bien cómo sentirse. Todavía no había decidido si quería tener hijas y en cierto modo le molestaba que Gamma hubiera tomado esa decisión por ella. Por descontado no compartió su enojo con nadie, ni siquiera con su madre, si llegaba a saberse que blasfemaba de ese modo contra la Diosa, acabaría en la cárcel, o algo mucho peor. Así que decidió centrarse en que Gamma la había considerado digna, y en prepararse para lo que estaba por venir. Deseó que el bebé que llevaba dentro tuviera habilidades para la erudición. Empezó a rezar todas las mañanas para que así sucediera, y a pesar de que no quedaba bien reconocerlo, también quería que fuera una adepta del agua, como ella. No podía evitar fantasear acerca de las habilidades que tendría. ¿Se decantaría más por la sanación, la lucha o decidiría dedicarse a la docencia y la investigación?

Quizás por el hecho de haberla empujado a ser madre antes de que ella misma lo hubiera decidido, o tal vez por pura casualidad o por un capricho ajeno, la cuestión es que la Diosa le concedió sus deseos. Hiela nació una fría noche de principios de año. Cuando Lera la tuvo entre sus brazos por primera vez, enseguida supo que la niña sería una adepta del agua, y esa certeza la llenó de paz. Era lo más bello y perfecto que había visto nunca. La pequeña había heredado su poder y continuaría con la estirpe familiar, a su debido tiempo, empezaría a instruirse en el arte de controlar el agua y sus cambios de estado. Si a alguien le quedaba alguna duda al respecto, esta se disipó en cuanto la pequeña empezó a mirar el mundo con unos brillantes ojos celestes, y finísimos mechones a juego comenzaron a poblarle la cabeza. No es que fuera una simple cuestión de pigmentación, aunque todo el mundo creyera, y quisiera pensar, que sí. El camino para conocer los elementos, era mucho más que eso.


Asignación

El día llegó mucho más rápido de lo que Lera hubiera imaginado, dejándole la sensación de que su niña había crecido de golpe. Una radiante mañana de primavera, Hiela se despertó sobresaltada, afligida por la repentina aparición de calambres en su bajo vientre, acompañadas por un fuerte dolor punzante en esa misma zona. Enseguida se dispuso a levantarse para ir a buscar a su madre, y descubrió lo que más la asustó. Un viscoso charco oscuro que se había formado debajo de ella, y que manchaba las impolutas sábanas blancas de su cama. Alertada por los gritos de su hija, Lera acudió enseguida para ver qué le pasaba. Y reconociendo los signos, la tranquilizó explicándole que lo sucedido era tan natural como respirar. Gamma había decidido hacerla mujer, y aquello significaba que su instrucción debía comenzar. Así que un par de jornadas más tarde, cuando Hiela ya se encontraba mejor, Lera pidió audiencia en el centro de erudición de Pigmea, la gran capital en la que vivían. En apenas siete días designarían que su hija se dedicaría a seguir el camino del agua, el más elevado de los cuatro itinerarios existentes. Entonces abandonaría la educación ordinaria para dedicarse de lleno a estudiar su elemento y cómo controlarlo. Lera no podía estar más emocionada.

La ceremonia, si es que podía llamarse así, no fue para nada como Hiela se había imaginado. Lera se había negado a compartir su propia experiencia con ella, ya que decía que estaba prohibido desvelar cualquier detalle al respecto, y ese halo de misterio hizo que la joven se imaginara lo peor. Pensó que la pondrían a prueba asignándole alguna tarea imposible que debería realizar con la facilidad que se esperaba de su estirpe. Incluso se le pasó por la cabeza que podían exponerla a algún tipo de peligro del que debería protegerse. Y aunque no fuera así, la mera idea de que la observaran y la evaluaran hacía que se le removiera el estómago. Le daba miedo no estar a la altura o decepcionar a su madre. No sabía que sería peor, que le dijeran que no era apta, o que la asignaran a algún itinerario de segunda. Que su madre fuera una adepta del agua ponía el listón muy alto. Hiela nunca se había preocupado por la erudición, ya que no sabía que tendría que hacer una especie de examen. Su madre siempre había dado por hecho que entraría directamente en el camino del agua, y por extensión, ella así lo había asumido. Al descubrir que la evaluarían, la noticia se le enredó en el pecho. Y pasó la semana más larga de su vida.

Cuando llegaron al centro de erudición a Hiela le temblaban las manos. Antes de entrar, se pararon un momento delante de la puerta principal para que la joven pudiera admirar el edificio. Su aspecto no distaba mucho del estilo que dominaba el centro de Pigmea, grandes bloques de hormigón gris que se alzaban desde el asfalto a juego, pero sí que destacaba por su increíble altura. Medía casi el doble que los otros rascacielos. Hiela se imaginó atendiendo una de las centenares de clases que se estaban llevando a cabo en ese preciso momento, y se sintió intimidada. Si no fuera porque su madre la estaba agarrando de la mano con fuerza, se hubiera largado corriendo de allí.

Percibiendo lo nerviosa que estaba su hija, Lera le aseguró que la asignación era un puro trámite y le prometió que todo saldría bien. Sin esperar a que la joven le respondiera, reemprendió la marcha hacia el interior del edificio. Para sorpresa de Hiela, no fue necesario que pidieran indicaciones en recepción, su madre la condujo a través del recibidor, hasta llegar a unas estrechas escaleras por las que subieron tres pisos. Una vez estuvieron en la planta adecuada, cruzaron la única puerta que había, cuyo destino era un pasillo repleto de puertas a ambos lados. Hiela no se paró a leer los carteles que ponían nombre a las ocupantes de cada despacho, se limitó a seguir las botas negras de su madre hasta la salita en la que desembocaba el pasillo. Habían llegado bastante temprano, y aun así, ya las estaba esperando la directora del centro, junto con un pequeño séquito de maestras. Saltaba a la vista que la mujer era una adepta del camino del agua. Lucía con orgullo una cresta engominada y de un azul oscuro, del mismo tono que el traje chaqueta con el que cubría su pálido cuerpo. Les lanzó a ambas una dura mirada de desaprobación. Ni siquiera se levantó o se molestó en saludar. Solo les indicó con un gesto de cabeza dónde podían tomar asiento, y anunció que ya podía empezar La asignación.

A Hiela le sorprendió que alguien osara tratar a su madre con tanta desconsideración. Lera era un miembro muy reputado de la comunidad de Pigmea. Se había ganado su estatus con mucho esfuerzo y por méritos propios. Por el simple hecho de pertenecer al linaje del que procedía ya tenía asegurado un billete directo a la élite de cualquier urbe de Irise. Su madre, además, había sido condecorada en varias ocasiones por jugar un papel crucial en la ofensiva contra las tres revueltas populares que habían asolado la nación en la última década. De hecho, había llegado a ser una de las cuatro Generales del ejército base. Lo esperado, y lo adecuado, era que las otras eruditas agacharan la cabeza en su presencia, en señal de respeto. Que esa mujer la despreciara de un modo tan evidente todavía puso más nerviosa a Hiela.

—Acércate, niña —le ordenó la mujer de la cresta.
Hiela obedeció. Se levantó de la endeble e incómoda silla blanca en la que apenas había pasado un par de minutos, y avanzó hasta la tarima que presidía la directora. Permaneció en silencio sin dejar de mirar el suelo, hasta que su examinadora le lanzó la primera pregunta.
—¿Qué sabes de la erudición y de los cuatro itinerarios?
Hiela cambió el peso de pierna y empezó a darle vueltas al anillo de cuarzo ahumado que siempre llevaba puesto. Había sido un regalo de su abuela y significaba mucho para ella. Antes de responder, soltó el aire que había estado reteniendo en los pulmones, relajó los hombros y alzó la cabeza para mirar de frente a la directora, quien le había hecho la pregunta.
—Bueno, sé que una pequeña parte de la población, siempre de género femenino, tiene la fortuna de que la Diosa Gamma la bendiga con su don. El don es la capacidad de controlar uno de los elementos de los que se compone la vida. Los cuatro elementos de los que se compone la vida son fuego, air…
—Es suficiente —la cortó la mujer de la cresta anotando algo en el cuaderno que custodiaba entre sus brazos.
Hiela volvió a fijar la mirada al suelo. Se obligó a observar sus zapatos para intentar tranquilizarse; a reseguir las filigranas amarillas que recorrían las costuras de los botines verdes que había elegido para la ocasión. No estaba satisfecha con la respuesta que había dado. Había sonado muy plana, como si hubiera aprendido un texto de memoria y lo hubiera recitado de carrerilla. Por suerte, su interlocutora no la dio por perdida y decidió darle otra oportunidad.
—Esta vez sé sincera y dime lo que TÚ piensas —le pidió la examinadora—. ¿A qué itinerario te gustaría consagrarte y por qué?
Esa era fácil. Hiela le había dado muchas vueltas y sabía lo que quería. La respuesta le salió de un lugar tan profundo de su ser, que intentar describirlo sería banalizarlo.
—Lo que yo quiero es controlar todos los elementos —confesó.
La mujer de la cresta soltó sin darse cuenta el bolígrafo con el que había estado tomando notas, y se retiró hasta pegar su espalda al respaldo de la silla. Su séquito se deshizo en un mar de murmullos maliciosos.
—¡Silencio! —les gritó sin dignarse a mirarlas.
Y no hizo falta, las mujeres se dieron por aludidas, callándose y adoptando una postura exageradamente erguida.
—Explícate —exigió la directora cruzándose de brazos—. Y elige muy bien tus siguientes palabras. Depende de quién las oiga, considerará que estás profiriendo una ofensa contra los designios de la Diosa y, por ende, se te acusará de herejía.
—Bueno… —empezó Hiela decidida a defenderse— tengo muy claro que aprender a controlar uno de los elementos ya sería todo un honor, y si me dejaran elegir, me decantaría por el agua. Me enorgullecería honrar a mi madre y ser merecedora de nuestro linaje.
La mujer de la cresta asintió, en señal de aprobación.
—Además —continuó la joven—, pienso que el agua es el más primigenio y puro de los elementos. El agua todo lo puede, hay agua en todo lo que existe.
La joven tragó saliva y respiró hondo antes de continuar.
—Pero si quiero serle útil a esta nación, si de verdad quiero poder defender los intereses y los designios de Gamma… lo más práctico, y lo más eficiente, sería aprender a dominar cada uno de los elementos. Y no solo eso. Estoy convencida de que se podrían usar en conjunción y obtener resultados increíbles. Si yo fuera capaz de…
—Ya hemos oído suficiente —declaró la examinadora, dando la evaluación por concluida.


De golpe, Hiela sintió un gran arrepentimiento. Se maldijo por haber soltado una sarta de tonterías que no solo podían dejarla a ella y a su madre en ridículo, sino que bien podrían interpretarse como un crimen de estado. Se preparó para aceptar el castigo que la jauría que tenía delante tuviera a bien imponerle. La directora se levantó, movimiento que imitó cada una de las feligresas que conformaba su séquito. La misma expresión diabólica que dominaba sus rostros las hacía tan parecidas que daban miedo.
—Hiela, tus ideas podrían cualificarse de, cuanto menos, arriesgadas. Nadie jamás ha aspirado a dominar más de un elemento, mucho menos los cuatro a la vez y combinarlos. Se podría decir que esa idea que planteas es una locura. En otra época, no tan lejana como desearíamos, se te hubiera encerrado en un agujero a tal profundidad, que ni siquiera un ínfimo rayo de sol hubiera sido capaz de llegar hasta ti. Hoy, en esta era de progreso que algunas nos empeñamos en impulsar y proteger, te voy a dar una oportunidad. Una ÚNICA y generosa oportunidad.

Mientras pronunciaba esta última frase, la mujer de la cresta había dejado de mirar a la futura adepta, para centrar toda su atención en Lera. Con ese gesto, le estaba atribuyendo a Lera toda la responsabilidad sobre los actos, y las ideas, de Hiela. Y no solo eso. Con su malévola sonrisa le estaba confirmando que, a pesar de tener motivos más que suficientes para matar a su hija, no lo iba a hacer. Sin necesidad de decirlo, le exigía que su benevolencia fuera debidamente recompensada en el futuro. Lera sabía que algún día recibiría una llamada y le darían una orden que no le justificarían, y que no podría rechazar. A sabiendas de que estaba firmando un cheque en blanco, Lera asintió. Y ese leve gesto de cabeza bastó para asegurarle un futuro a Hiela.

La mujer de la cresta se humedeció los labios antes de continuar.
—Tu ambición puede ser un problema para ti y para nuestra comunidad. Sin embargo, he decidido designarte al camino del agua, como debe ser. Vamos a ver de lo que eres capaz con un elemento. Primero tienes que demostrar tus habilidades, después ya hablaremos de lo de explorar cualquier otro camino y, en un futuro, quizás podamos fantasear con la idea de combinarlos.

Así que, al fin y al cabo, y como no podía ser de ninguna otra manera, asignaron a Hiela al camino del agua. De haber sido necesario, hubiera sido difícil determinar quién durmió mejor con aquella decisión. Una madre se sintió aliviada porque había salvado la vida de su hija. Una niña se sintió orgullosa de sí misma, había logrado destacar y entraría en el centro de erudición con el camino correcto. Cierta directora se sintió afortunada de tener una nueva alumna con mucho miedo, pero ideas revolucionarias que, sin lugar a dudas, harían avanzar a toda la comunidad. Una “ex” se regodeó ante la idea de volver a tener poder sobre la mujer que tanto había amado y que la había abandonado. Y ante semejante momento histórico, una panda de segundonas, tan mediocres como malvadas, se contentó con tener un nuevo chisme que contar en su círculo de lectura.


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>> ¿Quieres saber cómo acaba la historia? 
Aquí tienes la tercera parte del relato Discolora: Temor.
También puedes encontrar la historia completa en Lektu, disponible bajo pago social.



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