28 de mayo de 2022

Discolora III

>> Este relato está disponible en Lektu, bajo pago social. A continuación encontrarás la cuarta y la quinta parte y, en estos enlaces, las dos primeras "Pròlogo y Asignación", así como la tercera "Temor".
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Quebranto

Después de salir del centro de erudición, Lera no regresó enseguida a casa. Tenía que calmarse. En el estado en el que se encontraba no podía hablar con Hiela, y considerando lo que estaba en juego, debía ser capaz de mantener la cabeza bien fría. Se dirigió hacia la única playa que tenía Pigmea. Confrontarse con la inmensidad del mar siempre lograba tranquilizarla. El lugar estaba desierto, ya que era uno de esos días grises en los que apetece quedarse en casa, y Lera lo agradeció. Necesitaba dejar que el dolor que sentía se desbordara. Y necesitaba convencerse de que todo había sido un error, un terrible malentendido. Cuando se sintió con fuerzas, se dirigió hacia su hogar dispuesta a confirmarlo.

A pesar de que no sabía si su hija estaba en casa, nada más entrar por la puerta se acercó al hueco de la escalera y le pidió que bajara, tras lo cual se sentó en la cocina a esperarla. Reaccionando a la urgencia que desprendía el tono que había usado su madre para llamarla, Hiela bajó enseguida, y recorrió el pasillo hasta detenerse en el umbral de la puerta que daba a la cocina.
—Siéntate —le ordenó Lera mientras se frotaba ambos ojos con una mano.
Hiela se dio cuenta de que su madre había estado llorando, y de que estaba haciendo un auténtico esfuerzo por contener las lágrimas. Decidió obedecerla y tomó asiento sin atreverse a decir nada.
—He hablado con esa tutora que te han asignado. Y la muy víbora ha insinuado, no, ¡ha afirmado! Que eres una Discolora.
Lera escupió cada palabra como si se tratara de algo en mal estado que hubiera ingerido por error. Ante el silencio de su hija, decidió insistir. Necesitaba oír que todo había sido una confusión.
—Es absurdo, ¿no? Esa mediocre solo quiere encontrar una excusa para hacernos daño.
—Mamá, yo… —a la joven no le salían las palabras, aunque no hizo falta para que Lera obtuviera su respuesta.
—Joder, Hiela. Cualquier cosa menos esto.
—No es algo que se pueda elegir —se justificó Hiela empezando a ponerse de mal humor.
—Y tanto que puedes. De hecho, vas a hacerlo.
—Mamá, yo no me siento agua, no reconozco el azul de mi pelo ni el de mis ojos. Es como si estuviera viendo partes de otra persona.
—¿Y en mí tampoco lo identificas?
—Claro que sí. No es que confunda los colores, es que el elemento con el que conecto a nivel espiritual, y que me representa, es distinto al que se manifiesta en mis rasgos físicos.
—Qué tonterías dices. ¿Quién te ha metido esa sarta de ideas paganas en la cabeza? —quiso saber Lera.
—¡Nadie!
—Eres una adepta del camino del agua, así lo ha designado Gamma y así será —sentenció Lera.
—¡Soy tierra! —chilló la joven, desesperada.
En un rápido movimiento, Lera se levantó de la silla en la que estaba sentada, se apoyó con un brazo en la mesa que la separaba de su hija para acercarse a ella, y le dio una bofetada. Hiela se quedó en shock. Su madre nunca le había puesto la mano encima, y que hubiera recurrido a la violencia para intentar resolver su crisis de identidad era algo que no se esperaba. Una vorágine de emociones se apoderó de ella. Se sintió traicionada, y una mezcla de pena e ira dirigió sus siguientes palabras.
—Y si no puedo cambiar, ¿qué? ¿Vas a matarme? —preguntó Hiela mirando a su madre directamente a los ojos.

La manera en la que Hiela se dirigió a ella hizo que Lera sintiera un dolor que nunca antes había experimentado; ni siquiera el día que, combatiendo, le fracturaron la pierna por tres sitios distintos. Tardo año y medio en rehacerse de aquella batalla, y todavía cojeaba. Ahora sentía que jamás podría recuperarse del odio que desprendían las palabras que la acababan de golpear. La habían roto por dentro. La idea de que su propia hija la creyera capaz de llegar hasta ese extremo era desgarradora.
Hiela interpretó mal el silencio de su madre, quien no lograba articular palabra.
—¡Eres un monstruo! —le gritó la joven antes de salir corriendo escaleras arriba, sollozando.
Aunque Lera hubiera deseado seguir los pasos de su hija para pedirle disculpas y recordarle lo mucho que la quería, permaneció inmóvil, incapaz de reaccionar. Estuvo horas sentada, recreando una y otra vez la discusión que acababan de tener. Se preguntaba cómo habían podido acabar de ese modo. Y que esa fuera la primera vez que discutían lo hacía todavía más terrible. Lera jamás se había sentido tan sola.



Descubrir

A la mañana siguiente, Hiela se fue al centro de erudición mucho más temprano de lo habitual, antes de que Lera se despertara. La joven estaba dolida por todo lo que había pasado y no quería encontrarse con su madre, así que salió a hurtadillas de la casa cuando todavía no había amanecido. Un par de horas más tarde, Lera abrió los ojos sin acordarse de la discusión que había tenido con su hija la noche anterior. Había estado soñando con la primera vez que llevó a Hiela al museo de las conexiones místicas. La pequeña apenas tenía cinco años. Habían ido a pasar el día a uno de los lugares favoritos de Lera. Se trataba de un gran edificio blanco organizado en cuatro salas, además del recibidor principal y las zonas reservadas a las trabajadoras. Cada estancia estaba específicamente diseñada para contar la historia y las características principales de un elemento. Hiela alucinó con los colores, las luces y las voces que le narraron las escenas más épicas del despertar de los elementos en Irise. Qué imágenes, la pequeña quedó fascinada. Y sin llegar a comprender el compromiso que estaba adquiriendo, le prometió a su madre que sería una adepta del camino del agua.

Acabándose de desperezar, Lera notó que estaba sola en casa, y esa certeza trajo de vuelta la confrontación que había tenido con su hija. El dolor que la había mantenido en vela la mayor parte de la noche volvió, golpeándola como una maza de acero. ¿Qué había sido de la promesa que la pequeña Hiela le había hecho hacía apenas diez años? ¿Cómo podía ser que su propia hija renegara del legado familiar y del gran poder que corría por sus venas? Lo quisiera o no era una adepta del camino del agua. Y no solo por la sangre que corría por sus venas, ¡Gamma así lo había dispuesto! Si se emperraba en despreciar sus orígenes, lo menos que podía hacer era respetar los designios de la Diosa. Por más vueltas que le daba, Lera no lo entendía, ¿quién no querría seguir el camino del agua teniendo la oportunidad? La parte de Lera que estaba empezando a hacer el esfuerzo por comprender a su hija, también temía por la reacción de la Diosa. ¿Las haría caer en desgracia?

De repente una idea la atravesó como una descarga eléctrica. ¿Y si todo lo que estaba pasando era un castigo divino por algo malo que ella había hecho? Ese miedo la trasladó a la época en la que había servido al ejército de Irise. Había hecho cosas horribles para proteger la nación y garantizar su futuro, que su intención y sus motivos fueran nobles no excusaba ninguna de ellas. Pocas circunstancias justificaban matar a otro ser humano, y mantener un estilo de vida o tener miedo a los cambios, no formaban parte de esa lista. Cuando Lera se dio cuenta abandonó su cargo y truncó su prometedora carrera militar. Considerando cómo le había quedado la pierna en la última batalla que había liderado, nadie la cuestionó, ni le hizo más preguntas más allá de lo estrictamente necesario.

Discutirse con Hiela y rememorar toda la mierda de su pasado era mucho más de lo que Lera podía superar en un mismo día, así que decidió intentar distraerse con tareas que requirieran cierta concentración. Hiela todavía tardaría unas horas en volver del centro de erudición, entonces podrían hablar y arreglar las cosas. Estuvo a punto de llamar a su madre varias veces para pedirle consejo, pero no se veía con fuerzas de romperle el corazón contándoselo todo. Y también le daba un poco de miedo descubrir cuál sería su reacción, dicha sea la verdad. Así que Lera se centró en recoger la casa, reordenar la biblioteca y en preparar alguna cosa comestible para comer. Esa última ocupación no fue nada fácil, ya que no era solo que no le gustara cocinar, es que lo odiaba con todas sus fuerzas. Y se le daba mal. Solo era capaz de ser medio competente siguiendo las instrucciones de Hiela. Con todo logró preparar una sopa bastante potable. Nada del otro mundo, verduras flotando y cuatro fideos pasados. La sirvió en unos anchos platos hondos y se sentó en la mesa de la cocina a esperar a Hiela, sabía que no podía tardar mucho, siempre llegaba a la misma hora.

Pero la sopa se enfrío sin que Hiela hubiera entrado en casa. Hacía más de una hora que Lera la estaba esperando. Y sucumbiendo a la preocupación, al fin decidió ir a buscarla al centro de erudición, donde esperaba encontrarla. Cuando estaba a un par de calles de su destino, vio cómo un fino remolino de arena aparecía de repente de detrás de un edificio, y se alzaba hacia el cielo formando una columna. Sorprendida por la magnitud y la violencia del fenómeno, Lera aceleró el paso. La tromba solo podía proceder del patio de la academia.

En apenas diez minutos más, Lera llegó al centro de erudición. En lugar de entrar por la puerta principal hacia el recibidor, rodeó el edificio para acceder al patio trasero, donde las adeptas recibían la instrucción práctica. Una vez allí, encontró un corro de jóvenes gritando y aplaudiendo. A juzgar por las ráfagas de tierra que se alzaban por encima de la multitud, Lera dedujo que había dos adeptas luchando en medio del círculo. Tilipa, la tutora de Hiela, también formaba parte del corrillo, y sujetaba un cuaderno en el que iba tomando notas. Lera se situó a su lado, un paso por detrás, y carraspeó con fuerza para que le dejaran un sitio. Dándose por aludidas, tanto la docente como la adepta que tenía a su derecha se apartaron un poco. Tilipa saludó a Lera con un gesto de cabeza, que esta le devolvió.

Justo en el momento en el que Lera dirigió la vista hacia las adeptas que estaban luchando, la más alta de ellas lanzó una bola hecha de centenares de diminutas piedras hacia su adversaria. Reaccionando con una velocidad asombrosa, la otra joven extendió los brazos a ambos lados de su cuerpo, para luego flexionarlos hacia arriba hasta formar, con cada uno, un ángulo de noventa grados. Una gran cantidad de tierra se levantó desde el suelo, y formó una barrera protectora delante de la adepta. La bola de guijarros se fundió en el escudo, reforzándolo en lugar de atravesarla. El corro ahogó un grito de asombro unánime.
—¿Os habéis fijado? —quiso asegurarse la tutora, alzando la voz— Hiela no solo ha parado el ataque, también ha usado a su favor el elemento controlado por su contrincante.
Las jóvenes empezaron a cuchichear entre ellas, visiblemente emocionadas. Hiela devolvió la arena con la que había hecho la barrera protectora al suelo y esbozó una tímida sonrisa. La adepta que se había estado enfrentando a ella, escupió muy cerca de sus pies, y salió del círculo, chocando de hombros con las dos compañeras entre las que pasó.

Hiela adoptó una expresión seria y se dispuso a abandonar el corro por el lado opuesto al que había usado su adversaria. Al girarse, se dio cuenta de que su madre estaba allí y supuso que la había estado observando. La mezcla de emociones que había invadido a la joven la noche anterior, volvió con más fuerza, dominándola por completo. La ira y el dolor por no sentirse aceptada la desbordaron. Empezó a sollozar. Para su desesperación, enseguida se dio cuenta de que sus compañeras paseaban la mirada entre ella y su madre, disfrutando de la escena que se estaba desarrollando. Hiela no pudo evitar pensar que Lera era la culpable de todo lo que le estaba pasando. ¿Por qué había tenido que acudir al centro? La estaba poniendo en ridículo. Y había hecho que se sintiera todavía más distinta, que pensara que nunca encajaría ni nadie sería caz de aceptarla.

Así que estalló, dejando que el odio guiara sus movimientos. . Empezó a trazar círculos en el aire, con las manos apuntando al suelo, y en cuanto tuvo dos planchas de arena levantadas un palmo, las acabó de elevar y las propulsó en dirección a su madre. Lera dio un paso al frente, actuando por instinto. La guerra hacía años que se le había metido dentro, de manera que vivía en un estado de alerta constante. Sin tener que calcularlo, supo la cantidad de agua que necesitaba para protegerse. Así que la extrajo de su propio cuerpo y envolvió con ella ambas planchas, que enseguida se deshicieron en un charco fangoso.

El esfuerzo dejó a Lera jadeando. Ya no estaba acostumbrada a usar esa técnica, hacía mucho tiempo que no le hacía falta extraer el elemento de su propio ser. Las adeptas se asustaron al ver el estado en el que había quedado, incluso un par de ellas salieron corriendo, aterradas. Nunca habían visto nada parecido. La piel de Lera había adquirido una textura dura y rugosa; sobre la que destacaban varias líneas azules que se ramificaban y que palpitaban por el esfuerzo de repartir la sangre por el cuerpo. Sus facciones se habían marcado hasta un nivel extremo, y el pelo le había quedado blanco por completo. En cuanto la mujer se dio cuenta de la manera en que la miraban todas, apuntó una mano hacía el charco al que se había reducido el ataque de su hija, y se rehidrató. Casi recuperó por completo una apariencia normal.
—Eso no ha estado bien —afirmó Lera con la voz ronca, dirigiéndose a su hija.
—Que TÚ me desprecies sí que no está bien —le reprochó la joven.
—Hiela, yo no te desprecio yo te...
—¡Cállate! —la interrumpió Hiela.
Lera se obligó a calmarse. Agarró una gran bocanada de aire, la soltó poco a poco y pensó que necesitaban un lugar en el que aislarse de todo, y de todas. Un lugar en el que poder ser sinceras y arreglar las cosas. No le costó mucho elegir hacia dónde dirigirse.
—Vamos a un lugar más tranquilo, tenemos que hablar de todo esto —pidió Lera deseando con todas sus fuerzas que Hiela no se negara.
—Sí, mejor —aceptó la joven sintiendo más vergüenza que rabia.


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>> ¿Quieres saber cómo acaba la historia? En este enlace encontrarás la última parte de este relato "Inmensidad".
También lo tienes completo en Lektu, disponible bajo pago social.

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