4 de junio de 2022

Discolora - final

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Inmensidad

Caminaron en silencio hasta el único lugar de Pigmea en el que serían capaces de mantener la conversación que necesitaban. Para el alivio de ambas, la playa estaba desierta. Se sentaron a una distancia prudencial de la orilla, lo bastante cerca para ver cómo las olas se deshacían en la arena, sin que hubiera riesgo de mojarse. Lera no sabía muy bien cómo enfocar lo que quería decir, aun así, se decidió a intentarlo. Carraspeó y se giró hacia Hiela para quedar frente a ella. La joven la imitó, aunque manteniendo la cabeza gacha.
—Esto ha llegado demasiado lejos... —empezó Lera.
Hiela pasó a mirarla fijamente, reprochándole sin necesidad de hablar, lo que acababa de decir.
—No me mires así, tienes que hacer un esfuerzo por comprenderlo.
—No, mamá, ¡tú tienes que hacer un esfuerzo por comprenderme! —la corrigió Hiela.
—Esto no es fácil —continuó Lera.
—¿Y me lo dices a mí? ¡Pues claro que no es fácil! En el centro todas me miran y cuchichean a mi paso, y no solo las otras adeptas, también las maestras. Lo mínimo que esperaba, era un poco de comprensión por parte de las personas que se supone que me quieren. Al menos de TI.
Hiela estaba haciendo un terrible esfuerzo por retener las lágrimas que le estaban empezando a inundar los ojos.
—¿Y no sería mejor intentar seguir el itinerario del agua y ya está? —propuso Lera en tono abatido.
—¿A ti te gustaría que te obligaran a seguir el camino del fuego?
—No es lo mismo. Yo soy agua, ¡y tú también!
—¿Por tener el pelo y los ojos azules? ¡Venga ya! —protestó Hiela— Los designios de la Diosa, y las conexiones místicas que tenemos con los elementos, son mucho más que una simple cuestión de pigmentación. No es un tema físico, están en nuestra esencia.

Mientras la parte de Lera que necesitaba hacer las paces con su hija la invitaba a reflexionar y a considerar como una revelación lo que la joven le estaba contando, la otra no dejaba de chillarle que aquello era herejía. Le hubiera gustado hacer callar a ambas para escuchar, sin prejuicios, todo lo que Hiela tenía que decir.
—Si me tiño el pelo y me pongo lentillas de color, ¿ya puedo seguir el elemento que quiera? —expuso Hiela.
—No, esto no funciona así —sentenció Lera.
—Exacto. Y si la Diosa Gamma estuviera en contra de que yo fuera una adepta de la tierra, ¿crees que me habría creado así?
—Todo esto es muy confuso, Hiela. Lo único que sé, es que te quiero, y que no puedo verte sufrir de esta manera.
—Mamá…
—Es verdad —reafirmó Lera, rompiendo a llorar.

Hiela descruzó las piernas y se abalanzó contra su madre en un cariñoso abrazo, que ella le devolvió rodeándola con fuerza. Permanecieron un buen rato abrazadas, sollozando; hasta que descargaron la tensión que habían estado acumulando en los últimos días.
—Oye, ¿y has pensado en cambiarte el nombre? Podríamos llamarte “Tierri”.
—¡No! ¡Qué horror! ¡Eso es nombre de mascota!
Madre e hija estallaron en una sonora carcajada que, por necesidad, se prolongó bastante más de lo que hubiera estado justificado. Cuando terminó, a ambas les dolía el abdomen de tanto reír.
—¡Aaayyy! —suspiró Lera estabilizando su respiración— Lo que no sé es cómo vamos a contárselo a tu abuela.
—Mamá, la abuela ya lo sabe. Creo que lo supo incluso antes que yo.
—¿Qué quieres decir? —se extrañó Lera.
—Pues que ella fue la que me habló de las Discoloras.
—Así que “una chica mayor del itinerario del aire”…
—No sé, me asusté —se excusó Hiela encogiéndose de hombros.
—Está bien, está bien. —aceptó Lera, tras lo cual le dio a su hija un sonoro beso en la frente.

Estuvieron un buen rato sin decir nada, disfrutando de la paz que les proporcionaba centrarse en el sonido de las olas del mar arremetiendo contra la orilla. Al fin Hiela rompió el silencio, cediendo ante una idea que la había estado rondando desde que habían llegado a la playa.
—Vamos, mamá —le propuso con entusiasmo.
Sin esperar a que le respondieran, Hiela se levantó. Con movimientos rápidos, se quitó los zapatos, los tiró a un lado y avanzó decidida hacia la orilla. A pesar de que Lera no estaba muy convencida de que fuera una buena idea, los días todavía no eran especialmente calurosos, la imitó y se situó a su lado. No tardó en sentir cómo el agua le fluía entre los dedos de los pies. Estaba helada. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.
—Diosa, ¡nos vamos a congelar! —exclamó con la voz entrecortada.
Hiela se agachó un poco y extendió un brazo. Antes de proseguir, miró a su madre para acabar de despejar sus dudas, tras lo cual pasó la mano por encima de los pies de ambas, sin llegar a tocar la superficie del mar. Lera enseguida notó cómo se aliviaban las mil agujas que le habían estado atacando los pies. La temperatura del agua estaba subiendo.
—¡Hiela! ¿Tú sabes lo que esto significa? —exclamó Lera con emoción.
—Sí, pero de momento no quiero que nadie más se entere. No me siento cómoda conectando con el agua —respondió la joven con serenidad—, y no me apetece llamar todavía más la atención.
Se notaba que Hiela había pensado mucho en ello. A Lera le hubiera gustado explicárselo a todo el mundo, asegurarse de que todas se enteraban de lo que era capaz de hacer su hija, y en especial, que lo supiera Pikka. A pesar de eso, sabía que debía respetar los deseos de Hiela, ya habría tiempo de poner a prueba su poder.
—De acuerdo —aceptó Lera al fin—, lo que tú necesites.
—Gracias —susurró Hiela esbozando una tímida sonrisa y ladeando la cabeza hasta apoyarse en el hombro de su madre.
—¿Y con el fuego y el aire has probado? —quiso saber Lera.
—¡Mamá!
—Vale, vale. A tu ritmo…

Se quedaron a admirar la puesta de sol; sin preocuparse por el viento que les removía el pelo, con los pies enterrados en la arena y la mirada puesta en la gran extensión de agua que se abría ante ellas. Qué importaba el elemento al cual consagraran sus vidas, todos eran, en su conjunto, la materia prima de la vida.




Ajenos a los sucesos que se precipitaban por el vértice del presente, los elementos fluían sin preocuparse por las cuestiones banales que solían obsesionar a los humanos. El agua se desbordaba, el aire expandía, el fuego purgaba y la tierra se obsesionaba en retenerlo todo. Si a alguien no le parecía bien semejante indiferencia, siempre podía quejarse a la Diosa Gamma, aunque esta le haría todavía menos caso que los elementos. En cuanto creaba un nuevo ser, la Diosa enseguida perdía el interés, dejándolo a su libre albedrío. Lo divertido era diseñarlos, todo lo que viniera después, ni le incumbía ni le importaba.


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Agradecimientos

A Luca, por abrir mi mente y hacer que quisiera aprender. Te mando un achuchón.
A Marc, por apoyarme y soportar mis intempestivas sesiones de juntaletras. Te amo.
A mi madre, por ser la más dispuesta e entusiasta de mis lectoras cero. Te quiero.
A Nuri, porque sé que me habrías animado a presentarme a esta convocatoria. Me encantaría que hubieras podido leer este relato. Te echo de menos.
A Mario, por tener siempre palabras de ánimo y por su sinceridad como lector cero.
A Esther, por su asesoramiento y estar siempre dispuesta a ayudar.