26 de noviembre de 2020
Edredón, nórdico y colcha
7 de noviembre de 2020
Nadia y Nero
>> ¿Prefieres escuchar este relato? No te pierdas la locución que han hecho Sergio Martínez y Ariadna Roca: Nadia y Nero.
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Nadia me tiene preocupado. Hace un par de semanas que está muy rara. La veo cansada, no para de morderse las uñas y me riñe por cualquier chorrada. Además no recibe visitas ni habla por teléfono con nadie, por lo que no consigo enterarme de lo que está pasando. El otro día dejó el móvil encima de la mesa y casi consigo leer lo que estaba buscando por internet, pero solo me dio tiempo a ver que tenía abierto el navegador antes de que la pantalla se fundiera en negro. ¡Qué manía tiene de bloquear el móvil! ¡Así no hay quién la cuide!
Lo he intentado todo para animarla. Me acurruco con ella cada vez que se sienta, ronroneo tan fuerte como me permite este menudo e incómodo cuerpo, le dejo que me rasque la barriga siempre que quiere y apenas he arañado el sofá en días. Nadia es mi primer humano. La verdad es que cuando me la asignaron no pensé que se les pudiera coger tanto cariño. Y mírame ahora… ¡Hasta estoy adelgazando! El demonio al que Nadia llama “veterinario” estaría contento. Me ofende que ese ser malvado vista de blanco… es MI color, símbolo de pureza e insignia de los míos. Él perdió el derecho a usarlo en cuanto me metió el termómetro por el culo. ¡Qué desfachatez! ¿Quién hace eso por “vocación”?
Me pica todo. Me revuelco por el suelo una y otra vez sin notar ninguna mejoría. No pueden ser pulgas, Nadia me pone un mejunje en la nuca de vez en cuando para eso. Deben ser los nervios. Ya casi es de noche y la humana no ha aparecido. ¿Dónde estará? Entre semana siempre llega sobre las cinco de la tarde. Y sino, me avisa, aunque ella no sabe que puedo entenderla perfectamente. Siempre me lo cuenta todo. Incluso cuando todavía no había roto con Miguel y ya estaba con la “morenaza de los ojos sin fondo”, como la describe ella. Le daba mucho miedo, no sé por qué. Al fin y al cabo, a quien ame no va a decidir si me la llevo al cielo o recomiendo que la bajen “al horno”. En realidad lo verdaderamente importante es que ame, EN GENERAL. No entiendo por qué esta vez no me dice qué le pasa. ¿Es tan serio que no puede ni hablar de ello? Ya tengo náuseas otra vez. Quizás debería hacerle caso a Nadia y dejar de comer las pelusas que se acumulan por las esquinas. Es que parecen tan apetecibles… gráciles y volátiles como un diente de león. ¿Por qué me distraigo tan fácilmente?
Miro el reloj del horno y ya marca las nueve. Definitivamente esto es muy raro. Cuando estoy a punto de quebrar mi tapadera para pedir ayuda a los míos, oigo el ascensor que se detiene en nuestra planta. ¿Será Nadia? Escucho el tintineo de las llaves. Reconozco el girasol de plástico chocar contra la luna de metal. Es ella. Voy corriendo hacia la puerta y en cuento se abre, empiezo a maullar con todas mis fuerzas, a modo de bronca. Enseguida veo que Nadia no se encuentra bien y me callo para observarla. ¿Necesita ayuda?
—¡Aparta, Nero! —Me pide mientras se dirige corriendo hacia el baño tapándose la boca con una mano.
Ha tirado al suelo la bolsa y la chaqueta que llevaba y ni siquiera se ha entretenido en cerrar la puerta tras de sí. Sigo sus pasos tan rápido como me permiten mis rechonchas piernas. Ella me cierra la puerta en las narices, impidiéndome pasar. Rasco el maldito muro de madera que nos separa frenéticamente. Nadia me pide que pare entre arcada y arcada. La obedezco. Me quedo en silencio en el pasillo caminado en círculos. Oigo cómo vomita violentamente mientras yo no puedo hacer nada. No entiendo lo que está pasando.
La humana tarda una media hora en salir. Deshace sus pasos hacia la puerta principal para cerrarla y recoger sus cosas. Se ha atado el pelo en una cola alta y se masajea las sienes delicadamente. “Tiene migraña otra vez”, pienso aguantándome las ganas de maullarle con furia. La persigo hasta el comedor y me coloco en su regazo cuando se sienta en el sofá. No puedo dejar de mirarla. Observo las marcas de cansancio en su rostro mientras intento distraerla con mi ronroneo. Le hago una carantoña en la barriga con la cabeza y suelto un pequeño “miau” para que me haga caso. Necesito saber qué le pasa.
—Nero… tú siempre me querrás.
Me gustaría poder hablar para decirle que sí. Que yo siempre estaré a su lado, cuidándola. Que podemos resolver cualquier cosa. Que solo hace falta encontrar al ser adecuado y que no dejaré que le pase nada malo.
Nadia tuerce el labio hacia el lado izquierdo arrugando la nariz. Esa es la mueca que hace siempre que intenta contener las lágrimas. Me acaricia tiernamente la cabeza y el lomo. Aunque normalmente no me gusta admitirlo, ese gesto me produce una de mis sensaciones favoritas.
—Nero, pronto las cosas van a cambiar. —confiesa al fin.
Me esfuerzo por no hacer nada que la disuada de continuar.
—¡Estoy embarazada!
¿Era eso? ¿Ya está? Sin entender cuál es el problema salto al suelo y me pego una carrera por toda la casa. Cuando hago eso Nadia suele decirme que estoy loco, pero a mí me va muy bien para liberar tensiones. Pasarse todo el día preocupado por la humana es muy estresante. Está embarazada… ¿Y qué? Yo ya me había puesto en lo peor. Me esfuerzo por calmarme y volver a acurrucarme a su lado. Ella empieza a llorar. Será una noche larga y yo estaré a su lado. Al fin y al cabo, es mi humana y mi deber es cuidarla.