1 de julio de 2020

La caja de Pandora

Todo el mundo sabe que en el funeral de un mago se desborda todo menos la pena, y aunque Yirel conocía aquél dicho, eso no la preparó para lo que se encontró en el piso que aún era de su tío. De pie en el rellano con las llaves en la mano, se detuvo unos instantes para pensar si debía o no entrar, pero antes de que acabara de decidirse, la puerta se abrió bruscamente y unos largos tentáculos tiraron de ella obligándola a cruzar el umbral. Estaba dentro y no podría salir de allí hasta el amanecer, o hasta que la despensa de objetos mágicos de su tío quedara vacía, lo que pasara primero.

Aturdida por el espectáculo de luces que alguien había conjurado en el techo del abarrotado comedor, trató de abrirse paso hasta la cocina para servirse un vaso de agua. Apenas logró dar dos pasos antes de que la empujaran en la dirección contraria. Cuando quiso darse cuenta estaba en medio de un corrillo de jóvenes que se entretenían jugando a “Información o transformación”. Uno de ellos tenía las orejas tan grandes que podría haber salido volando por la ventana más próxima, mientras que a otra le habían hinchado los pechos exageradamente. Poniendo los ojos en blanco, esquivó un hechizo que le hubiera dejado la lengua como la de un oso hormiguero, y se alejó de allí tanto como pudo. Hasta que se paró para observar a su alrededor en busca de Kalep.

De repente alguien chocó contra su espalda, tirándole un buen chorro de algún líquido que pronto le mojó el culo. Se giró malhumorada para ver quién había sido, y descubrió que se trataba de Nadia, la hechicera con la que últimamente iba su amigo Kalep.
–¡Perdona! –grito la chica para hacerse oír por encima de la multitud.
–No pasada nada… –le respondió ella disimulando su enfado.
Yirel pasó su mano por los tejanos mojados, secando la tela azul centímetro a centímetro. A pesar de que aquello no quitaría la mancha, al menos no tendría que ir con el culo mojado toda la noche. Ignorando que Nadia tenía los ojos hinchados y enrojecidos, le preguntó por su amigo.
–¿Dónde está Kalep?
La joven contrajo la cara en un gesto de rabia, y se llevó el tarro que tenía en la mano medio vacío a los labios. No respondió hasta haberlo vaciado del todo.
–¡Ahí lo tienes! –Exclamó con desdén señalando a lo lejos con la barbilla.
Mirando hacia el lado que Nadia había señalado, encontró a un lobo montando a una oveja, en un rincón bastante bien iluminado. Aquello era típico de Kalep. Y aunque empezó a negar con la cabeza con desaprobación, no pudo evitar que una sonrisa se le escapara. Se volvió hacia Nadia para tratar de excusarse, y la encontró mirando a la nada, con los ojos velados y una expresión bobalicona en el rostro. “Cuánto mal han hecho las pociones Resbalatodo”, pensó.

Dirigiéndose hacia su tía, la “bar-bruja” que llevaba toda la noche removiendo por turnos diez pequeños calderos burbujeantes, le llamó la atención una figura encapuchada que estaba entrando en el comedor. Venía del pasillo que daba a las habitaciones y parecía llevar la misma trayectoria que ella. “¿Cómo ha entrado ahí?”, se preguntó Yirel, “Esa zona debería estar sellada…”. Aceleró el paso apartando la gente a codazos con urgencia. No tardó en alcanzar a la figura por detrás y retirarle la capucha de un tirón. El hombre de pelo oscuro se volvió hacia ella para ver quien había tenido la osadía de tocarlo. Y cuando Yirel vio su rostro, se le heló la sangre en las venas. El hombre aprovechó la confusión de la joven para alejarse rápidamente, entendiendo que lo había reconocido, pero Yirel reaccionó y enseguida se lanzó a perseguirlo.


Lith, la tía de Yirel, no tardó en darse cuenta de que algo no iba bien. Intentó localizar a su sobrina escrutando la sala, y en su lugar encontró a alguien que la dejó totalmente fuera de combate. Se trataba de su difunto marido Edmon. “No puede ser, es imposible… A menos que…”, pensó la mujer frenéticamente, atando cabos. Sin preocuparse de lo peligroso que era realizar la traslación en un espacio cerrado abarrotado de gente, susurró unas palabras en lengua arcana y apareció justo delante del impostor, empujando bruscamente a una pareja que se estaba besando con pasión. Sin preocuparse de las quejas de los enamorados, Lith cogió del brazo a aquella abominación y lo zarandeó bruscamente acercándose a su rostro.
–¡Esta cara no es tuya! ¡¿Qué más quieres?! ¡¿Qué haces aquí?!
El hombre trató de liberarse de la bruja, girándose con fuerza. Justo en ese momento Yirel los alcanzó.
–¡No tienes escapatoria! –chilló la joven.
Viéndose acorralado, el hombre sacó de debajo la túnica una pequeña caja oscura y la alzó en alto para que sus captoras la vieran. Yirel no reconoció el objeto, pero Lith palideció y le soltó.
–Está bien. ¿Qué quieres? –le preguntó la bruja con rabia.
Antes de que él respondiera, Yirel lo atacó lanzándole un hechizo paralizante que afectó también a los dos chicos que el hombre tenía detrás. Incapaz de controlar su cuerpo, el impostor soltó la pequeña caja oscura, que se precipitó hacia suelo. Solo los rápidos reflejos de Lith impidieron que ésta cayera y se hiciera pedazos. La bruja se dio de bruces contra la superficie de piedra pulida, y Yirel la ayudó a levantarse. Para cuando volvieron la atención hacia el intruso éste ya había desaparecido. No lo encontraron vaciando la sala a golpe de portal, ni tampoco rato después, tras inspeccionar todo el piso. El sol despuntaba cuando se rindieron y se dejaron caer, exhaustas, en el gran sofá que dividía el comedor en dos.

–¿Qué es lo que ha pasado? –preguntó Yirel tratando de contener las lágrimas.
–Si supieras… –empezó su tía con un suspiro –alguien quiere robar la caja de Pandora… y si lo consigue… –Lith levantó la caja oscura que aún sostenía entre sus manos–  bueno, es mejor que no lo consiga…
–Era él…
–No. Solo llevaba su piel.

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