1 de diciembre de 2019

Noche de sangre

Lo haría. Se armaría de valor y se presentaría en la posada para decirle lo que sentía y proponerle que se marcharan juntos de aquella apestosa ciudad. No sabía si aceptaría pero tenía que intentarlo. Esa mañana la había visto con el labio partido y cojeando levemente. Si se quedaba allí acabaría como las demás.
Se quitó la armadura y se fue con paso decidido hacia “El jabalí decapitado”, pero justo cuando iba a entrar, los vio: dos sombras que salían a toda prisa de la puerta lateral que tenía el local. Avanzaban envueltos en pieles y cogidos de la mano. Primero lo reconoció a él. Un mercenario de semejante estatura no pasaba desapercibido. Y si se trataba de él, la otra figura solo podía ser ella. Los siguió hasta el linde del bosque, donde se detuvieron, y se agazapó tan cerca de ellos como le permitió su prudencia. Despacio, se adentró en un gran arbusto y se quedó inmóvil, esperando poder oír lo que decían.

Había sido ella la que se había detenido y ahora lloraba en silencio. Estaba temblando. Él le repitió que no podían parar, tenían que marcharse o los atraparían, pero ella permanecía en el mismo sitio negando con la cabeza. El mercenario estaba tratando de tranquilizarla hablándole pausada y sosegadamente, hasta que ella explotó: se quitó sus grandes manos de encima con un movimiento brusco, se secó las lágrimas con las palmas de las manos y empezó a recriminarle lo que le había obligado a hacer.
–¡Lo he matado por tu culpa!
–Era lo único que podíamos hacer.
–¡No!
–Sí. Él nunca te hubiera dejado marchar.
–Mientes.
–¿Qué insinúas?
–Tú solo querías despertarme. Quieres aprovecharte de mí.
–Nanneke…
–Ese futuro del que no paras de hablar… Me has engañado.
–¿Acaso tú no quieres lo mismo?
–Quiero. Pero no a este precio.
–¿Sientes lástima por él? Esa escoria ha violado y matado a más mujeres de las que puedas contar, y no siempre en ese orden.
–¿Cómo lo sabes?
–Porque antes de que tú llegaras esta ya era mi ciudad.
–Creía que…
–Y Balah era un nigromante.
–¿Un qué?
–Un demente que jugaba con la muerte. Y con los muertos.
–Yo…
–Nanneke, por favor, vámonos. Te lo contaré todo pero ahora no hay tiempo.
–No. No puedo.
–¿Y qué vas hacer sino?
–Me quedaré en la taberna.
–No voy a dejarte aquí para que vuelvan a someterte.
–Nadie va a volver a someterme, ni a manipularme. Ni siquiera tú.
–Yo nunca…
–Ni te atrevas.
–Ya no hay vuelta atrás para ti.
–Nadie nos ha visto. Nadie va a pensar que una puta ha matado a Balah.
–No me refiero a eso. Aún no has despertado, vas a necesitar mucho más que matar a un nigromante para alcanzar todo tu poder.
–¿Qué quieres decir?
–Que sentirás un hambre como el que no has sentido antes. Y no parará de crecer. Hasta que te consuma, hasta que te domine por completo. Solo podrás saciarte con vidas. No hay otro modo. Así debe ser y así será.
–¿Qué sabrás tú?
–Hace cinco inviernos, cuando nos conocimos, te dije que eras única. Te lo tomaste como un halago, como la exageración de alguien que intenta cortejarte. No lo era. Eres única Nanneke. Y el mundo lleva aguardando demasiado tiempo para ver un poder como el tuyo.
–Vete de aquí.
–Esta es tu última oportunidad para…
–¡Vete y no vuelvas!
–No hará falta, Nanneke –dijo el mercenario justo antes de darse la vuelta y taparse la cabeza con las pieles que llevaba –tú vendrás a mí mucho antes de lo que crees.
Sin esperar a que ella respondiera, el hombre empezó a andar con paso decidido, cada vez más rápido, hasta que se perdió de vista. Cuando ella ya no pudo oír sus pesadas botas aplastando las ramas del bosque, se permitió derrumbarse: cayó de rodillas y se abandonó a un llanto desesperado.

Unos fuertes brazos aparecieron de la nada para rodearla. No le hizo falta preguntarse de quién se trataba. Lo sabía. Reconoció su olor y su calidez. Lo había visto seguirlos desde la taberna y también esconderse entre los arbustos para escucharlos. Creía imaginar qué lo había llevado hasta allí, y sabía que tenerlo cerca no le haría ningún mal. A ella no.
Ese abrazo no solo la calmó, hizo que se sintiera en paz. Una paz como no había conocido en años. Sentía que con él estaría a salvo. Y se dio cuenta, de que solo con él sería capaz de resistirse a su destino.

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