23 de junio de 2025

Del peso de tu brazo sobre mi cadera

Abro los ojos y lo primero que siento es el peso de tu brazo sobre mi cadera. Me encanta despertarme así, sabiéndote cerca. Tu respiración choca contra mi nuca, y tus pechos rozan mi espalda con cada bocanada de aire que exigen tus pulmones. Sentirte me llena de paz, de amor, me hace creer que soy capaz de afrontar cualquier día de mierda que tenga por delante. Aunque enseguida recuerde que tengo que vestirme y marcharme cagando leches. Sé que suelo apurar demasiado. Valoro tanto los minutos extra de sueño contigo... Y, por encima de todo, atesoro los momentos en los que me permito estar a tu lado mientras duermes… Oír el ronquido respingón que sueltas cuando me aparto con cuidado para salir de la cama, siempre me esculpe una sonrisa en el rostro. Luego te doy un beso suave en la frente, y tú ni te inmutas. No sé cómo consigues dormir tan profundamente. Yo hace mucho que tengo problemas para conciliar el sueño, lo máximo que consigo es sumirme en una duermevela inquieta. Me persiguen tantos monstruos, Ziyah... y el peor de todos va a ser la decisión que estoy a punto de tomar.

No me atreveré a decir que hoy es un día especial. Tal vez sí que es uno diferente. No te he contado que Nekt nos ha conseguido un contrato más lucrativo y, por lo tanto, más peligroso, de lo normal. De haberlo hecho, de haberlo sabido tú, hubieras desperdiciado nuestras preciadas horas de sueño tratando de persuadirme de que no lo aceptara. Hubieras insistido una y otra vez en que lo rechazara, en que no lo necesitábamos tanto, a pesar de saber que nos va a permitir vivir unos meses sin preocuparnos por nada. Así que aquí estoy. Ataviada con el jubón de escamas de dragón que le gané al rey Jörm, calzándome las botas de cocodrilo que me regalaste en nuestra tercera cita. Y prescindiendo de la mejor maga que he conocido jamás. Tú, mi nigromante, el mayor escudo del reino, guardiana del velo que retiene el más allá.

Pero no puedo dejar que vengas conmigo. No permitiré que pises las entrañas del infierno hacia el que me dirijo. Te quiero demasiado, Ziyah. Esto tengo que hacerlo sola. No podría concentrarme y hacer lo que me he comprometido a hacer si tú estás cerca. Solo podría pensar en protegerte y ambas acabaríamos muertas. Esto es trabajo para una guerrera. Músculo contra fuerza bruta.

Te he dejado una nota cutre encima de la mesa que nos regaló tu hermano, en la que te explico que no me esperes despierta, que, tal vez, tarde un poco en volver. Tipo un mes o dos. Nada que no haya pasado antes. Sé que me vas a odiar. Aunque, en el fondo, espero que el enfado te dure solo unos días, y que luego me esperes con paciencia y, tal vez, con cierta emoción. A lo mejor cuando regrese, porque en este momento te juro con un susurro que volveré, me perdones si te preparo una de mis famosas empanadas Kritienses. Sin cebolla, como a ti te gusta.

Aferrándome a esa promesa, salgo de casa y me dirijo hacia al punto de encuentro. Como todo lo que pasa después ya te lo sabes de las otras veces en las que nos hemos encontrado juntas en esta misma situación, te ahorro los detalles tediosos. En resumen, paso por un largo trayecto de tierra árida; sufro por la sed, el hambre, las ampollas en los pies y mi arma roma cuyo filo me esfuerzo por resucitar una y otra vez antes de cada batalla; tengo un líder inepto con un plan estúpido; me dispongo a matar criaturas despiadas que lucharán por sobrevivir con uñas y dientes… y hay una desagradable sorpresa. Si descubres que Nekt ha sobrevivido a este encargo, mátalo. Hazme el favor, Ziyah, se lo merece. Déjame explicarte bien el porqué.

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Tan pronto como llegamos a Kartia Capital, Nekt se reunió con el señor de la ciudad para presentar nuestros servicios. La negociación fue rápida, ya que las bases se habían establecido por correo. Toda la compañía se alegró tras oír los detalles del acuerdo que traía Nekt: diez monedas de oro por vaciar el nido de hidras que estaba acabando con el comercio y asaltando las granjas del lugar. Éramos veinte guerreres y dos curanderes, si bien esos bichos eran muy peligrosos, no deberíamos tener problemas serios para eliminarlos.

Antes del alba nos pusimos en marcha. Nos dirigimos hacia el bosque de Hydial dispuestes a acabar con cada uno de esos monstruos y no tardamos mucho en encontrar el nido. No sé si has visto uno alguna vez, se ve que no son muy difíciles de detectar: basta con buscar la entrada de una cueva en la que las piedras estén llenas de mucosidades y arañazos. A las hidras les encanta rascarse la espalda contra las rocas y las dejan bastante dañadas. Así que, una vez encontrado el objetivo, nos organizamos para entrar en su nido. Nekt, la rastreadora y les curanderes se quedaron fuera para vigilar la entrada y asegurarse de que ninguna hidra escapara. Les demás entramos en grupos de a cinco. Llevábamos antorchas y viales con aceite de pescado, de manera que el plan era sencillo: a las que no lográramos decapitar, las quemaríamos vivas.

Se nos echaron encima casi al instante. Las hidras nos atacaban desde todos los ángulos y se desató un auténtico infierno. Había decenas. Los siseos de las bestias se fundían con los gritos de mis compañeres y retumbaban en las paredes de la cueva produciendo gritos desgarradores que me recorrían la columna vertebral.

Recuerdo que estaba luchando contra una hidra bastante grande, debía de medir unos dos metros de alto, cuando otra más pequeña nos embistió envuelta en llamas. Estaba concentrada en espantar una de las cabezas de la bestia que tenía delante con la antorcha, mientras atacaba a otra con la espada. Suele ser bastante fácil adivinar cuál es la cabeza con la que piensan, ya que la mayoría de las veces atacan solo con las otras dos. Si logras deshacerte de ella, el bicho muere al instante y sino, le salen otras dos cabezas, para seguir luchando todavía con más vileza. La cuestión es que entre fintas y estocadas logré desgarrar uno de los cuellos, pero antes de poder descubrir si se trataba del que sostenía la cabeza pensante, vi cómo una bola de fuego desbocada se nos acercaba por el flanco derecho. Logré saltar hacia atrás en el último segundo y la hidra en llamas se llevó por delante a la que me estaba atacando.

Del impulso, caí al suelo y me golpeé la espalda con tanta fuerza que se me cortó la respiración. Acto seguido, mi cabeza rebotó contra la dura roca. Que no me desmayara solo podía significar que tu querida diosa Hyma estaba de mi parte. Aunque cerré los ojos, eso sí. Solo un instante. Y como guiada por un hilo invisible que tiró de todo mi ser, los abrí justo a tiempo de detener las fauces de otra bestia con el brazo. No me mordió tan fuerte como para inmovilizarme. Así que recogí mi espada, rodé sobre mí misma y me puse en pie de un salto. Estaba mareada y me costaba respirar. Las antorchas habían llenado la cueva de humo y cada vez había menos visibilidad. La hidra volvió a atacarme, y logré hacerle frente. Alguien le había cortado ya varias cabezas, por lo que tenía seis, con las que intentaba morderme sin descanso. No podía espantarlas con la antorcha porque la había soltado durante la caída, de manera que me arriesgué y cargué sobre uno de los cuellos con todas mis fuerzas, eligiendo al azar. Supongo que tuve suerte una vez más: logré atravesarlo y el animal cayó inerte al suelo en cuestión de segundos.

Como no quiero aburrirte, abreviaré diciendo que maté a otras seis bestias de forma similar. Hasta que mi brazo ya no me respondió y no pude soportar cargar con el peso de la espada. En contra de toda la voluntad que me quedaba, me derrumbé en el suelo. Me ardían tanto los ojos que no pude evitar cerrarlos y abandonarme al abismo que se abría detrás de mis párpados.


La batalla se fue apagando poco a poco, al son del ocaso. El aire de la cueva se había vuelto irrespirable, un grito de victoria hizo temblar las paredes y el hedor a carne quemada despertó un rugido en varios estómagos. Yo todavía no lo sabía, pero eso significaba que habíamos vencido. Unos brazos me agarraron por debajo de las axilas y me arrastraron hacia la salida de la cueva. Apenas recobré el sentido para ver el cielo estrellado y oír cómo mi salvador caía de espaldas, sepultado bajo mi peso. Resoplando al ritmo de mi corazón, farfulló "Joder, reina, cómo pesas". Esas bonitas palabras fueron lo último que oí antes de perder el sentido de nuevo.

Lo siguiente que pasó fue que empecé a tiritar. Sentí un frío que se adueñaba de todo mi cuerpo. Más que eso, era una picazón que se propagaba por mis venas desde el antebrazo herido hasta la punta de mis pies, palpitando a cada centímetro del recorrido. Después vino el calor. Una sensación más desagradable que el día en que tu tía Sory me derramó un caldeo entero de sopa de ranas del pantano en las piernas. Me salieron unas ampollas que me duraron dos meses, ¿te acuerdas, Ziyah? Pues esto era peor.

Las horas que siguieron no están muy ordenadas en mi mente. Recobraba el sentido, oía los gritos de mis compañeres en los muchos catres que, al parecer, habían instalado a la salida de la cueva, mi mirada se desdibujaba entre las antorchas que delimitaban nuestro campamento y volvía a dormirme. Hasta que Zaira, une de les curanderes, vino a explicarme lo que pasaba.

Una especie de luz invisible me rescató de las tinieblas y me trajo de vuelta a un cielo que empezaba a clarear. Me desperté sintiendo su mano sobre mi hombro. Cuando abrí los ojos, me puso un paño húmedo y fresco sobre la frente. "Tienes mucha fiebre", me dijo con pesar. Y su mirada me contó todo lo que necesitaba saber. No iba a sobrevivir, Ziyah. Algo había salido mal, muy mal. Ella empezó a contarme que las hidras de Kartia eran venenosas, que nadie lo sabía, y que había sido una desgracia. Pero yo, a pesar de mi estado, até cabos muy deprisa. La insistencia de Nekt para que aceptara el trabajo y el buen precio que me había prometido encajaron con un doloroso chasquido en mi cabeza. Él sabía que nos pagarían el doble si las hidras eran venenosas, y nos lo ocultó, así que pensaba quedarse con la diferencia. Nos había timado. Con una voz gutural que me rascaba la garganta hasta hacerla sangrar, le pregunté a Zaira dónde estaba esa maldita sanguijuela. Ella bajó la cabeza, incapaz de mirarme a los ojos, para confesar que no lo sabía. Lo cierto era que Nekt había desaparecido hacía un par de horas.

Mi primer instinto fue pedirle que me diera el tiempo suficiente para poder vengarme. Que remachara mi necrótico cuerpo para que pudiera seguir a ese malnacido y vengarme por lo que nos había hecho. La cogí del brazo que ella mantenía apoyado en mi hombro, y ante el ademán que hice para levantarme, ella aplicó todavía más presión. Logró tumbarme de nuevo sin apenas esforzarse. Yo estaba más débil de lo que había imaginado. Su mirada se llenó de un tipo de determinación que solo les curanderes pueden desarrollar.

“Calculo que te quedan unas dos horas”, me advirtió. “Puede que menos si mi energía se agota. Solo tú puedes decidir a qué dedicarlas. ¿No hay nadie que te espere en casa?”, preguntó sin aflojar la fuerza que me retenía tumbada.

En un intento inútil por controlar las lágrimas que empezaban a hacer cola para precipitarse por mis mejillas, giré la cabeza hacia el suelo. “Qué más da quién me espere en casa? Nunca sabrá lo que ha pasado”, me quejé. Ella me animó explicándome que tenía papel y pluma, así que podíamos escribirte una carta. Supongo que mis ojos hablaron por mí, porque la curandera me juró por Hyma, que ella misma te entregaría este trozo de papel que nunca podrá arreglar mi error. Ante la mención a tu diosa, no pude resistirme más. Solté el dique de contención de mi llanto, asentí con la cabeza y le pedí a Zaira que anotara todo lo que le dijera.

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Y esta es mi carta, Ziyah. Espero que esta curandera cumpla con su palabra y te la entregue. Que al menos, la agonía que me supone hablar valga la pena.

Te pido disculpas. Lo siento. La he cagado, y mucho. Debería haberte contado lo que estaba pasando. Haberte pedido que me acompañaras. Eres la mejor maga con la que me he encontrado jamás, contigo todo hubiera sido diferente. Tú sabes de venenos tanto como de la muerte y nos hubieras podido salvar. O, al menos, nos hubieras dado algo más de tiempo para encontrar una solución. Quise protegerte para no perderte, y ahora te voy a perder porque no puedo regresar a ti. No me da miedo la muerte. Mis monstruos me esperan para aplicar la justicia que tu diosa Hyma ha tratado de ahorrarme. No pasa nada, sabía que este día llegaría tarde o temprano. Lo que sí me pesa ahora mismo es saber que ya nunca volveré a ver tus preciosos ojos castaños. Ni a darte un beso en la frente mientras te mantienes dormida y me obsequias con un ronquido respingón. Estás tan guapa dormida, Ziyah… Mataría hasta a un demonio si sirviera para verte soñar una vez más. Ya lo sabes.

Te quiero. Cualquier otra cosa que pueda decir van a ser palabras vacías. No me queda mucho tiempo y, aun así, saber que puedo despedirme de ti es el mayor tesoro que puedo imaginar dadas las circunstancias. Me has hecho tan feliz... Todo lo que hemos vivido juntas ha merecido la pena. Que no te quepa duda, Ziyah. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

Prométeme que no llorarás por mí. La curandera hará que no sufra, que cierre los ojos y me vaya en paz. Le he pedido que engañe a mi mente para irme mientras siento, una última vez, el peso de tu brazo sobre mi cadera.